OTRO AÑO, MÁS DE LO MISMO

El miércoles pasado, primero de marzo, se realizó la apertura del período de sesiones ordinarias del Congreso de la Nación. Como cada año, el Presidente asistió al acto, donde leyó su discurso frente a la Asamblea Legislativa, es decir, frente al conjunto de todos los senadores y diputados electos. Escucharon a Alberto Fernández, entre otros, la vicepresidenta Cistina Fernández de Kirchner (en su rol de presidenta del Senado), todos los ministros del gabinete nacional, dos jueces de la Corte Suprema e invitados de organizaciones de la sociedad civil y organismos de derechos humanos.

A la solemnidad natural del evento se le sumó que este año se cumplen cuarenta años del retorno de Argentina a la democracia. No es un logro menor haber llegado a cuarenta apertura de sesiones de manera ininterrumpida. Tal vez hubiera sido esperable, o al menos deseable, un clima de celebración, un par de palmadas en la espalda entre los participantes del rito político más importante del año, algunos anuncios de eventos especiales para 2023.

Sin embargo, la impresión que queda de esta apertura de sesiones es que refleja un momento de bloqueo político dentro del sistema y desencanto ciudadano fuera de él. El Presidente hizo una defensa de su gobierno, mencionó las crisis superpuestas que le tocó enfrentar (pandemia de COVID y guerra en Ucrania) y citó cifras positivas de su gestión en varios ámbitos como la obra pública y la cobertura de seguridad social. Estos datos no son falsos. Por el contrario, el sitio Chequeado aseveró que muchos fueron verdaderos. Tampoco importó mucho. A pesar de que hacia el final elevó el tono y la retórica al denunciar manejos poco transparentes en altos niveles de la justicia argentina (frente a la mirada impávida de los dos jueces de la Corte Suprema presentes), su discurso no contuvo anuncios de nuevas medidas de gobierno, así como tampoco ninguna referencia que terminara con la incertidumbre acerca de su candidatura a la reelección, y tampoco momentos de alta retórica. Mencionó el intento de asesinato a la vicepresidenta como un punto de inflexión en la cultura democrática argentina, lo cual sonó como un intento de acercamiento con su compañera de fórmula, pero es poco probable que a Cristina Fernández le haya parecido suficiente el llamado a los jueces competentes a investigar con celeridad y profundidad, cuando ya se cumplieron seis meses del atentado y los hallazgos son escasos. 

El Presidente no utilizó el momento de alta visibilidad para anunciar una ruptura con el kirchnerismo ni para confirmar sin medias tintas su candidatura a la reelección (lo último habría confirmado lo primero), pero tampoco usó esos minutos para bajarse de la misma. Más de lo mismo.

También fue más de lo mismo lo que sucedió con los demás protagonistas de la puesta en escena. Un par de figuras de la oposición continuaron con su costumbre de gritar, levantarse e insultar al Presidente o a colegas durante el discurso; esta práctica, que ya no es novedosa, tiene pocos efectos salvo quitar brillo a las deliberaciones de la institución que expresa la soberanía popular y demostrar que nadie piensa que el Congreso existe para ordenar las prioridades de la vida en común. Javier Milei, Martín Lousteau, Martin Tetaz y Soledad Martínez se levantaron y se ausentaron, en protesta por el conflicto con CABA por la coparticipación, y dos diputados del bloque Federal lo hicieron cuando habló sobre la Corte Suprema. Sin embargo, esta conducta tampoco tiene hoy el impacto que puede pensarse, porque una cantidad mayor de representantes ya se había ausentado durante el discurso de 2022. Máximo Kirchner estuvo ausente, lo cual tampoco fue una sorpresa, porque no asistió en 2022.

En definitiva, se vieron conductas y se escucharon discursos más o menos repetidos, y se escenificaron protestas y desacatos ya ritualizados. Más de lo mismo por todos lados.

En los días siguientes leímos interpretaciones varias que intentan insuflar épica a todos los procedimientos. Alertas de polarización, denuncias por anti-institucionalidad, llamados a resistencias épicas. Sin embargo, parece probable que fuera de la burbuja de los insiders el sentimiento de la ciudadanía sea sobre todo de aburrimiento.

Las encuestas electorales muestran desde hace meses una única tendencia clara: niveles de desencanto con la política en general. Los índices de desaprobación hacia el gobierno son especialmente altos, pero tampoco entusiasman los otros jugadores. Según el último informe nacional de Zubán Córdoba, ningún dirigente político nacional logra superar el 40% de imagen positiva. El gobierno está en problemas y la oposición está mejor de cara a las elecciones, pero todo en un marco de ennui generalizado, descontento y bajas expectativas.

Parafraseando a Dante Panzeri, la política es en una de sus dimensiones la dinámica de lo impensado: la capacidad de crear lo inexistente, de inspirar, de explicar hacia dónde ir a alguien que está fuera del círculo de los convencidos. Es riesgoso, pero el más de lo mismo no puede traer sino la continuidad del gris.

María Esperanza Casullo – Cenital

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