En la General Paz se volvió a escuchar la música más temida por los políticos. Tras el asesinato de un chofer en La Matanza, regresó el hit nihilista del verano del 2002: que se vayan todos. Y la canción llegó acompañada por acciones de salvajismo contra Sergio Berni. O mejor dicho, contra un político que, esta vez, fue el ministro Berni. Podría haber sido otro, si llegaba a ser identificado por el grupo de trabajadores convertido en turba. El paisaje económico y social actual no equivale al abismo de 2001. Pero tampoco es inocuo acumular casi una década de estancamiento económico, con pérdida casi sostenida del poder adquisitivo y al menos dos ciclos de desilusiones electorales.
El último reporte del Indec reveló una novedad: el crecimiento económico (módico, pero crecimiento al fin) no está reñido con el aumento de la pobreza. Existen y se multiplican los trabajadores pobres. El año pasado terminó con un millón más de pobres que a mitad del 2022. Y nada indica que este semestre vaya a torcer la tendencia.
Los políticos no son los únicos responsables de esta decepción. Pero sí son los actores más visibles y los principales apuntados por la rabia social. Tampoco es cierto que todos vivan en Fantasy, entre ciegos e indolentes frente a la descomposición social del país. Pero si no aportan respuestas concretas para los problemas de la Argentina, por fuera del voluntarismo o la estafa al votante, da igual que se hablen a sí mismos y se muevan en un microclima ajeno a los quilombos de la calle.
El Cronista