La historia es una gran comediante. Le encanta hacer chistes. Se muestra, parece que va en una dirección, nos incita a comprometernos, y sin embargo, no; con una gambeta y un quiebre de cadera, sale en otra dirección dejándonos a todos con cara de boludos, parafraseando la gran frase del santafesino Vernet: “Lo peor no es perder, sino la cara de boludo que te queda”.
Aún así, podemos estar de acuerdo en que pocos casos pueden recordarse de mutabilidad histórica como los últimos doce años de la Argentina. Posiblemente nunca antes hayamos sido testigos de semejantes subas y bajas, quiebres súbitos de la línea temporal, saltos de multiverso.
¿Era posible imaginar que el kirchnerismo no podría ganar ni la elección legislativa del 2013 ni la presidencial del 2015 luego del 54% que obtuvo Cristina Fernández en el 2011? ¿Acaso no parecía absolutamente inevitable una nueva era de hegemonía del macrismo luego de su victoria en las legislativas del 2017, en un año que vio descenso de la pobreza y aumento del PBI? ¿Era posible imaginar un gobierno peronista de unidad que pasara de una victoria irrefutable en 2019 con el 48% de los votos a obtener sólo el 27% cuatro años más tarde? ¿Quién habría apostado, en los meses en que su imagen positiva llegaba al 80%, que Alberto Fernández iba a ser forzado por su propia impopularidad a renunciar a competir por la reelección, y que iba a volverse una figura prácticamente invisible en la campaña de su propio partido?
Encuentro dos hechos particularmente difíciles de creer, aún hoy. El primero es el fracaso de Horacio Rodríguez Larreta en su camino a la presidencia. Larreta, dedicado a la política desde hace cuarenta años, gestor en las sombras del gobierno de la ciudad de Buenos Aires mientras Mauricio Macri desarrollaba su proyecto presidencial, sucesor ungido del propio Macri, reelecto en su ciudad con una carrada de votos, tejedor de acuerdos nacionales con la UCR y con buen número de gobernadores (incluso el peronista Juan Schiaretti), poseedor de infinitos recursos económicos y de equipos super profesionales para su campaña, el preferido por todo el establishment de negocios nacional y extranjero, sacó sólo 4 puntos más que el casi amateur Juan Grabois en las PASO presidenciales. Unos míseros 10 puntos, es decir, nada. No sólo perdió la interna presidencial: fue dolorosamente repudiado por los votantes del macrismo incluso en su propia ciudad. Un fracaso realmente histórico. Confieso que no vi venir este derrumbe y que hasta último momento pensé que iba a ganar su PASO. Larreta demostró no ser un político natural en la campaña, estamos todos de acuerdo. Pero no es el único ni (creo) el primer responsable ¿Qué hubiera pasado si Mauricio Macri le levantaba el brazo públicamente y lo ungía su sucesor hace uno o dos años? ¿Si no lo exponían a una brutal interna con Patricia Bullrich? ¿Si anunciaban la fórmula Horacio-Pato entre globos de colores? Un multiverso que no sucedió.
Juntos por el Cambio también fue tentado por una historia burlona: el camino a la presidencia parecía tan campo orégano después de su victoria en las elecciones legislativas de 2021 que hizo una de más: una primaria brutal que terminó desgastando a ambos candidatos.
La segunda sorpresa resultó el primer lugar de Javier Milei en las PASO. Al menos para mí, que tampoco tengo empacho en admitir que no pensé que iba a suceder. Por supuesto que sabíamos que le iba a ir “bien” en las elecciones, pero suponía que iba a obtener un 17%, a lo sumo un 20% de los votos. Y sin embargo, se quedó con casi el 30% a nivel nacional. Un montón. En mi provincia, Neuquén, quedó primero (no me gusta decir “ganó”, porque en las PASO no se gana nada salvo una interna) con el 40% de los votos. Su boleta fue la más votada en todos los departamentos provinciales, incluyendo, barrios populares, barrios acomodados, comarcas petroleras y escuelas dentro de comunidades indígenas.
¿Significa eso que estamos fijados en un multiverso único? También es apresurado ponerle la banda presidencial por adelantado al papá de Conan. En una entrevista que se difundió hace poco, el encuestador Alejandro Catterberg señalaba: “Es posible que Milei no entre al ballotage, pero también que gane en primera vuelta”. Se agradece su franqueza y honestidad intelectual en un momento en el que la tirada de postas se transformó en el nuevo deporte nacional. Ambas cosas son matemáticamente posibles, las encuestas ya fallaron. Según la encuesta permanente de opinión pública de la Universidad de San Andŕes el 30% de los electores decide su voto entre una semana antes y el mismo día de la elección. Incluso quienes mejor vieron el ascenso de Milei señalan hoy que sus exabruptos ya no divierten tanto; sin embargo, ¿cómo confiar en que se cae, cuando tampoco nadie pudo medir cabalmente su atractivo?
La derrota del ex Frente de Todos y de su candidato Sergio Massa parecía también inevitable hace pocos meses. Pero Massa parece tener una confianza casi maníaca en sí mismo. El primer paso fue dado: terminó las PASO a un poquito menos de 3 puntos de Milei y no 15 puntos debajo de Rodríguez Larreta o Bullrich. Si logra entrar al ballotage contra un Milei sometido a una mirada social más atenta, tal vez tenga una oportunidad. Una oportunidad de realizar ese único futuro entre 14 millones posibles que lo deposita en el sillón de Rivadavia.
Podemos sentir casi como la historia se ríe una vez más de nosotros. Mirá si gana Massa, aún con una inflación anual del 120%. Mirá si, contra todo pronóstico, hace buena elección Bullrich. Mirá si Milei es elegido en primera vuelta. Mirá si, mirá si, mirá si….
¿Qué hacer? Puede ser que las primeras reacciones sean desesperarse, angustiarse, dedicarse a consumos problemáticos para olvidar. Sin embargo, tal vez haya que aceptar que circunstancias históricas así son, finalmente, liberadoras. No son momentos para actuar muy tácticamente, ya que ni siquiera conocemos bien el mapa del terreno. En definitiva, se trata de hacer y decir lo que pensamos correcto, de empujar para el lado que nos parezca mas humano, de trazar ciertas líneas en la arena marcando las fronteras que nos parece que no deben cruzarse.
Si la historia no está escrita de antemano, tal vez eso significa que todavía está a nuestro alcance escribirla. Si hay muchos futuros posibles abiertos, nada puede hacerse sino comprometerse con aquel que nos resulta preferible, sin garantías de éxito. Al fin y al cabo, eso y no otra cosa es la política.
María Esperanza Casullo | Cenital