Abocado a su gira por Israel, Italia y el Vaticano, pero sintonizado a la Argentina desde su activa cuenta de X, Javier Milei se dedicó a la confrontación con el mundo artístico, como la semana anterior lo hizo con los gobernadores. Con más de veinte ediciones encima, el Cosquín Rock es, desde el 2001, uno de los festivales de música más importantes de la Argentina. Es, naturalmente, un buen negocio, y sus organizadores condensan tanta reputación como distancia con cualquier opción política con inclinaciones peronistas o de izquierda: en 2022, el productor José Palazzo recibió numerosas críticas por mostrarse en el festival con Patricia Bullrich. El Presidente imputó -sostenido sobre el desconocimiento- el costo de su realización como si fuera un rubro del gasto público.
Artistas sin historial de manifestaciones políticas públicas, como Adrián Dárgelos, se cuentan entre los que se anotaron en contra de las posturas de Milei. También Dillom -que reversionó la protesta de Las Manos de Filippi convertida en clásico por Bersuit- y, especialmente, Lali Espósito. Con sus 12 millones de seguidores en Instagram, una popularidad que es a la vez extendida en públicos y clases sociales, y políticamente transversal, es difícilmente explicable que para el gobierno sea otra cosa que una pesadilla elegir un enfrentamiento con la cantante y actriz. Hay, sin embargo, una lógica repetida a nivel internacional a la que debería prestarse atención.
Entre sus múltiples enemigos, Donald Trump eligió a Hollywood como un blanco predilecto para sus ataques, tanto colectivamente -apuntó de manera reiterada contra la ceremonia de entrega de los Oscars- como de forma individual. Entre los artistas y celebridades que tomaron posturas públicas en su contra aparecían algunos extremadamente respetados y populares como Robert De Niro, Oprah Winfrey y hasta Taylor Swift, la artista más popular del mundo y el último gran blanco de la derecha trumpista. Estos enfrentamientos de alto perfil y baja importancia de fondo, en los que, en principio, los políticos tienen poco para ganar al enfrentarse a artistas populares y las más de las veces poco controversiales socialmente, son también una demostración de los cambios que se sucedieron en materia comunicacional.
Trump encontraba, en sus peleas contra las celebridades -por definición personas ricas, ganadores y ganadoras del sistema-, una versión de sus enfrentamientos retóricos con las élites de su país, que las estrellas integran en su faceta cultural y económica. Una noción lejana para una mayoría, pero que muchas veces es eficiente para consolidar la propia base, particularmente cuando sostienen algún grado de resentimiento con su propia posición en las jerarquías culturales. Milei, por lo visto hasta el momento, parece querer transitar el mismo camino. Hay un dato interesante. Paula Zuban señala que, ya en pleno ajuste, el sector en el que menos apoyos perdió el Presidente es el de los varones jóvenes de clase media baja. Un sector donde arrasó en noviembre pasado. Algo así como una base propia sólida, potente.
Debería advertirse sin embargo sobre la sabiduría de este movimiento. La potencia de la base sirvió para que Trump y Jair Bolsonaro consolidaran sus posiciones hegemónicas en la derecha frente a espacios más tradicionales e integrados al sistema. Sin embargo ambos, embarcados en obsesivas y diversas batallas culturales con el mainstream progresista, fueron candidatos subóptimos con respecto a sus propios resultados. En los antecedentes históricos, es casi impensable que un candidato con los resultados económicos del primer mandato de Trump -más allá de sus propios méritos en ello- pierda la reelección. Tampoco la economía de Bolsonaro, en resultados, justificaba necesariamente el cachetazo electoral que recibió en 2022, en un país que se recuperaba de una gran recesión. Ambos polarizaron negativamente a la sociedad y perdieron cuando la economía decía que podían ganar. ¿Es una buena estrategia hacerlo en la Argentina de la crisis económica profunda que hoy vivimos? Es una incógnita, pero con numerosos predictores. “El kirchnerismo se peleaba con todo el mundo, pero con una economía que crecía y el salario en dólares más alto de la región”, propone #OffTheRecord ante una de las principales figuras del ecosistema oficialista. La respuesta se interpreta, también, como un diagnóstico: “Cambió el contexto, en aquel momento nadie quería pelear salvo el kirchnerismo: ahora la mayoría quiere pelear”
El gobierno se divide en dos polos: quienes creen que La Libertad Avanza debe armar una coalición protomenemista con elementos del PRO, pero también del peronismo no kirchnerista y quienes entienden que la solución inmediata es un acuerdo con Mauricio Macri y Bullrich que dé certezas ideológicas, programáticas y parlamentarias en el corto. Entre los primeros, que no resisten la fusión con el PRO pero sí compartir el proceso de toma de decisiones, se encuentran Santiago Caputo y Karina Milei. Es infrecuente que las dos personas más cercanas al Presidente difieran en sus diagnósticos. Caputo razona en privado que el mercado electoral de Macri ya fue absorbido por Milei y que a LLA le convendría una ampliación territorial, de estructura, de discurso y de volumen que incluya al peronismo. Esa opción quedó lesionada por el encontronazo con los gobernadores, pero no descartada. Apoya esa opción Eduardo “Lule” Menem, una ascendente figura en el firmamento oficialista cuya terminal diaria y permanente es la propia Karina. La postura de Caputo le valió, de momento, los señalamientos del periodismo más próximo al expresidente que incluyó acusaciones de negocios non sanctos del Monje Negro -como lo llama Milei- y sus socios. Con la fusión con el PRO en camino, el tándem Karina-Caputo resiste el desembarco sistémico del macrismo en el gobierno, aunque no de funcionarios sueltos y tienen el mismo diagnóstico sobre los embates del Calabrés. “Mauricio tensiona por el poder, tendrá que ir a elecciones si quiere eso”, repiten en privado.
Mientras tanto, las especulaciones sobre un proceso que está acelerándose de manera vertiginosa es cada vez más frecuente entre los hombres de negocios y, naturalmente, el sistema político. Uno de los dinamizadores de esta preocupación fue la notificación de al menos cinco distritos de la provincia de Buenos Aires donde llegó gente a la puerta de las guardias y los hospitales descompensada por no haber tomado los medicamentos necesarios. Un intendente del conurbano se anima a pronosticar un “desastre humanitario”. En el gobierno aseguran que máximo en abril debería detenerse la descomposición. Las conjeturas son tantas que involucran nombres propios: oscilan entre la siempre autopostulada Victoria Villarruel -que tendría una reacción social desaconsejable para un momento de inestabilidad- hasta Miguel Ángel Pichetto o Gerardo Zamora a través de un proceso parlamentario. Ya hay informes reservados de embajadas en la Unión Europea que se animaron a proyectar esa posibilidad. Milei tiene un motivo para no estresarse: en general son los mismos que negaban la posibilidad de un triunfo de LLA: “No la ven”.
Un deterioro de Milei no implicaría necesariamente una demanda de peronismo. Al margen de las críticas del sistema, el último gobierno de CFK fue el último en el que una enorme porción de la sociedad podía preocuparse por cuestiones externas a su economía diaria. “Había una crisis asintomática”, resumió Alfonso Prat-Gay ante Larry Fink en su momento. Por múltiples motivos que ya fueron agenda de esta entrega, Cambiemos gana las elecciones en 2015 y vuelve a perderlas cuatro años después a manos de un peronismo con mejores modales. Si el fracaso del Frente de Todos no arrojó a la sociedad a los brazos de JxC y la llevó a experimentar con algo nuevo, ¿por qué sí la llevaría hoy a añorar una opción política que gobernó hasta hace 15 minutos con resultados que se explican solos con una derrota de más de 12 puntos? Si bien es pronto para afirmar que se rompió el péndulo, sí es una pregunta necesaria. El diagnóstico de Cristina Fernández de Kirchner -hoy, paradójicamente, el elemento más antisistema que encuentra el peronismo luego del proceso de burocratización y simbiosis palaciega de La Cámpora y sus principales referentes- condensa algo de esa incertidumbre a pesar de tener un diagnóstico muy sombrío sobre los resultados sociales del programa económico de Milei.
¿Qué pasaría, entonces, si Milei fracasa? Cristina y Sergio Massa coinciden en descartar cualquiera automatismo que pudiera reponer a sus espacios en la cabeza del Estado y suponen que lo próximo, si lo hubiera, todavía no está constituido. De ahí la reticencia a alentar el enfrentamiento frontal, las prevenciones con el paro y las movilizaciones aún cuando diciembre fue -individualmente- el mes de mayor caída salarial desde la crisis del 2001.
En política no hay leyes de hierro. Sin embargo, dos investigadores de la Fundación Getulio Vargas, Daniela Campello y Cesar Zucco, observaron que las chances electorales de los oficialismos sudamericanos están fuertemente condicionadas por dos factores exógenos a la acción gubernamental: el precio de las commodities y la tasa de interés que fija la Reserva Federal en los Estados Unidos. Ambos aspectos resultaron mejores predictores que las diferencias políticas entre uno u otro gobernante, a pesar de que las diferencias ideológicas entre los procesos analizados fueran profundas. De acuerdo a esta métrica -a la que falta agregarle las dificultades de la pandemia- el gobierno de Alberto Fernández llegó a las elecciones con una de las peores situaciones estructurales que se recuerden: la tasa de interés estadounidense en niveles récord de las últimas dos décadas a causa del shock inflacionario global y las commodities locales afectadas por una sequía de dimensiones bíblicas que impedían exportar a ningún precio, porque no había allí producción disponible.
En este escenario, resulta incomprensible que la principal impugnación al gobierno anterior, en el balance interno, fuera la no recuperación de los salarios reales, una tarea que era, dado el contexto, materialmente imposible. Sostenerlos en los mismos niveles durante 2023, sin acceso al crédito, acabó con las reservas de divisas existentes y dejó en una situación desesperada al ya complejo balance del Banco Central. La recurrencia a viejos guiones y la invocación de años buenos que cuentan ya más de una década de antigüedad sea posiblemente inútil como estrategia de transmisión en la era del Joker.
Iván Schargrodsky | Cenital