El domingo se vivió una jornada ejemplar. Alta participación, respeto cívico, conducta encomiable de autoridades de mesa y fiscales. Un pronunciamiento rotundo cambió el escenario político: el voto castigo, una costumbre argentina.
Buena parte de esos votantes habían acompañado al presidente Mauricio Macri en 2015 y lo revalidaron dos años después. Muchas y muchos habían colmado en estos casi cuatro años el espacio público protestando contra sucesivas medidas antipopulares del Gobierno, desde la reforma previsional hasta los tarifazos, pasando por la asfixia a la educación pública. O poblando calles y plazas de pañuelos verdes y una eclosión feminista. La enumeración podría alargarse y concierne a toda la geografía nacional.
El Gobierno infiltró varias movilizaciones, provocó incidentes, reprimió con saña y culpabilizó a las víctimas. La templanza y el orgullo de los argentinos le dio vida al sistema democrático, defendiendo derechos sin caer en la violencia ni la anomia. Frenó medidas o forzó al oficialismo a matizarlas.
Ante la comprobación del fracaso del modelo económico, sus características expulsivas y arrasadoras, el electorado soberano (que lo legitimó y le dio tiempo) se pronunció contra Macri y casi todos los gobernadores e intendentes cambiemitas. Festejó en paz en la noche del domingo.
El lunes, tal como estaba anunciado desde hace meses, se produjo un ataque contra el peso. Se fueron a la estratósfera la cotización del dólar y el Riesgo país, se desplomaron los bonos y las acciones de empresas argentinas cotizantes en el exterior.
La magnitud numérica se incrementó como consecuencia de una maniobra trucha e irresponsable concertada por la Casa Rosada, las autoridades económicas, la banca privada y pública aliadas con grandes empresas argentinas. Se elevaron falazmente precios de acciones y activos, se ancló el dólar en base a encuestas dibujadas e información trucada. Macri fingió ignorancia ayer y atribuyó esa trepada a un súbito ataque de confianza del “mundo” un preludio de la tantas veces anunciada lluvia de inversiones.
Con el dólar por las nubes el Gobierno tardó en intervenir horas haciéndolo en dosis homeopáticas. Sus márgenes de acción son estrechos: ni el banquero central Guido Sandleris ni el ministro Nicolás Dujovne manejan la política económica del país, labor que se ha confiado al Fondo Monetario Internacional (FMI). Lo más que pueden hacer y seguramente intentaron es pedir instrucciones al Fondo. Con un repertorio acotado por las condicionalidades y nula capacidad resolutiva ambos podrían ser reemplazados con ventaja por un software no muy sofisticado… hasta StartMatic podría producirlo.
Por desidia o por designio o por falta de órdenes de arriba (no lo sabemos) dejaron que se consumara la estampida, que se produjera la habitual reacción de los formadores de precios y generaron un clima, pongalé “pre hiperinflacionario”. Dicho por un profano: góndolas vacías, precios en estado de asamblea permanente, trepada de las tasas bancarias.
Desafiados por el plebiscito, Macri y la gobernadora María Eugenia Vidal respondieron como mejor saben: haciendo propaganda, cometiendo sendas conferencias de prensa. Con un agregado novedoso y, deliberadamente, aterrador: asustando a los argentinos que en ejercicio de su derecho los cuestionaron. Si siguen votando así, les va a ir muy mal –reprendieron María Eugenia y Mauricio– “los mercados” no perdonan y aborrecen al populismo. Rencor que tramitan azotando a sus partidarios, que son millones.
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La escucha y la obediencia: Vidal se consagró a alegar que no hablaba en plan de campaña sino como gobernante. Macri fue, en ese solo aspecto, más franco: dedicó buen espacio al escenario electoral inminente. Ambos coincidieron en presentarse con sus compañeros de fórmula y sin funcionarios de su equipo.
“Escucha” fue la palabra clave del discurso de Vidal. La repitió más de diez veces. Macri la retomó en su primera frase: el libreto no se traiciona. La escucha de María Eugenia se dedicará a los bonaerenses, a quienes visitará de a uno en fondo, en particular a quienes eligieron otras opciones (esto es a casi el 70 por ciento de la población provincial). La escucha tomará tiempo, mientras se están estudiando con parsimonia las medidas contra la inflación galopante que se agrava minuto a minuto. La ideología mete la patita por todas partes: Vidal niega la existencia de un sujeto colectivo que le dio una paliza en las urnas, lo reduce a una suma de individualidades. En cambio llama “el mundo” a un conjunto no universal de jugadores en el mundo financiero. A los ciudadanos hay que escucharlos para persuadirlos, al “mundo” acatarlo. Difícil imaginar mejor autorretrato de un modelo de derecha en un país subordinado.
Salvador la flanqueó. No puede decirse que cumplía un rol decorativo, la imagen no describe ajustadamente al protagonista. Respondió una sola pregunta, sin énfasis ni garbo, solo porque un periodista se lo pidió.
En cambio, el senador Miguel Pichetto desempeñó un rol desafiante: traductor al castellano del discurso enojado y brutal del presidente. Hasta le agregó una consigna duranbarbista que el manual aconseja insinuar o colar subliminalmente: “el presidente está en control”. Verbalizarlo equivale a confesar que no da esa impresión.
El mensaje de Macri se dividió en dos partes, la electoral que es válido y el chantaje a los ciudadanos que quieren alternancia en el poder. Si se dan ese gusto, “el mundo” les hará la vida imposible porque no confía en los mismos representantes que ustedes.
Subestimó la perspectiva de cambios en el Gabinete, musitó que su equipo analiza las respuestas a la debacle. No anunció media acción, le pidió autocrítica a sus adversarios y a la gente que, ay, todavía representa.
El savoir faire de campaña señala que en caso de un traspié se debe cambiar de discurso. Vidal y Macri reincidieron sin matices. No es, para nada, lo peor que hicieron.
Una sospecha recurrente cae sobre el gobierno de clase, cuesta abajo en su rodada ¿Se irá de Balcarce 50 el 10 de diciembre sin romper todo y tirar del mantel? De dudas hablamos y no de certezas. Ya es suficientemente grave. La conducta de Macri pecó de psicópata e irresponsable. Su objetivo, confeso, torcer el veredicto del domingo.
Para eso debería repetir en condiciones infinitamente más adversas el itinerario recorrido por Cambiemos en 2015. Conseguir que participen más personas en las elecciones de octubre, copar todas sus adhesiones, imantar a los electores de Roberto Lavagna y José Luis Espert, llegar a la segunda vuelta. La matemática sugiere la casi imposibilidad del prodigio. Los ausentes jamás vuelven en tropel: los hay personas mayores sin obligación ni ánimo de votar, enfermos, viajeros y hasta fallecidos. Forzar la polarización cuenta con viento a favor pero no está dado que todes desamparen a sus preferidos anteayer ni que se sientan tentados por un presidente pato rengo. De nuevo, esas tácticas forman parte del juego democrático y son las pocas bazas que restan en las manos del presidente.
Lo inaceptable es que el mandatario calcule que su mejor recurso es perjudicar al pueblo argentino para que cambie su criterio. Sería una suerte de autogolpe de mercado, los visajes y las palabras de Macri señalaron ese camino alocado.
Posiblemente, ojalá, algo lo detenga. Acaso la propia destrucción de su mellada imagen, la pérdida del favor del gran empresariado que está perdiendo fortunas en estos días. La sensatez de decisores importantes, hasta el FMI, que comprenden que la vida sigue y pueden no estar disponibles para llevar a la Argentina a una crisis machaza en el, seguramente, vano afán de salvar a un oficialismo que perdió la brújula.
Preocupan la verba presidencial, su semblante, la persistencia en negarse a la introspección o salirse una línea del mantra ensayado antes.
La democracia tiene la culpa, la oposición la encarna, los argentinos son sus cómplices. Que se autocritiquen los demás. Eso dijeron sin ruborizarse ni eufemismos, los dos dirigentes más representativos de Cambiemos. Queda esperar que recapaciten, que sus aliados políticos y fácticos los induzcan a la reflexión, que la corten de una vez. Que busquen una proeza electoral, al fin y al cabo algunas registra la historia. O se conformen con terminar el mandato en paz entregando el poder en tiempo y forma como hicieron todos los presidentes peronistas ungidos por el padrón electoral desde 1983.