El derrumbe del experimento libertario reabre el juego en el círculo rojo, donde la elite económica busca reconstruir una “derecha republicana” que recupere el control político perdido con Milei. Entre el desgaste social del ajuste, la crisis económica y el agotamiento del discurso anticasta, el poder financiero ya planea una nueva etapa: el regreso ordenado del macrismo como garante del modelo de desigualdad.
El gran tema de debate en el círculo rojo más restringido es el de la reconstrucción de una fuerza que llaman “verdaderamente republicana”. La nueva esperanza no tiene nada de institucional. Luego de gobiernos perseguidores no hace falta aclarar que “republicano” es apenas un eufemismo para “conservador antipopular”.
Las conversaciones de sobremesa son más pedestres que el debate institucional y giran sobre un potencial regreso de Mauricio Macri, un nuevo escenario de “segundo tiempo” para la fallida derecha moderna. Se vislumbra una nueva alianza con alguna pata peronista, al estilo del cordobesismo, y se habla con cariño de las figuras que pasaron por el macrismo, pero que se resistieron a sumarse a La Libertad Avanza, los viejos coroneles del ejército antipopular de reserva.
La nueva transición soñada sería avanzar desde la ultraderecha disruptiva a una simple derecha normal, aquello a lo que se aspiraba antes de los sopores libertarios. A pesar de la experiencia mileísta, la alta burguesía sigue creyendo que es posible hacer “lo mismo, pero más rápido” sin mayores consecuencias sociales.
Frente a un extendido fracaso libertario el próximo 26 de octubre se espera a un Macri recargado retomando las riendas para consolidar cambios irreversibles en los dos años restantes. Sueñan que, tras la derrota en las elecciones, la lumpenpolítica libertaria se correrá sin chistar del centro de la escena.
El sentimiento compartido es que el inesperado experimento extremista de Javier Milei, al que intentaron blindar después del triunfo de la primera vuelta de 2023, se les escurre entre las manos. Su inviabilidad política y económica comienza a ser evidente para todos, incluso para quienes viven lejos del sufrimiento provocado y se beneficiaron del triunfo en la lucha de clases.
El fracaso económico borró de un plumazo la idea de que las mayorías sociales habían cambiado de ideología para “abrazar las ideas de la libertad” y que, en consecuencia, estaban dispuestas a asumir el ajuste perpetuo como un nuevo modo de vida. A fuerza de pérdidas de empleo, aumento de la informalidad y caída de la actividad económica, el miedo al “regreso del populismo” volvió a la superficie.
Lo que ocurre entre los sectores populares es muy distinto. Agotados por la inflación persistente, una parte de los asalariados le extendieron al mileísmo un cheque en blanco. Para quien vive de ingresos fijos que bordean la subsistencia, la inflación equivale a una constante sensación de pérdida, la que se hace efectiva porque los salarios siempre se recuperan a posteriori de las subas de precios.
El sentimiento anticasta, que fue el segundo componente del ascenso mileísta, fue un resultado palpable del encierro de la pandemia, la bronca contra quienes siguieron cobrando con CBU mientras los informales tuvieron que arreglarse como pudieron. También fue el producto del éxito comunicacional de la vieja práctica de culpar de todos los males a la sociedad política y exculpar a la civil, es decir a los empresarios.
Cualesquiera hayan sido las razones, una parte importante de los sectores menos favorecidos se mostraron dispuestos al sacrificio a la espera de un futuro mejor. El problema es que, luego de dos años de restricciones y padecimientos, no se arribó al paraíso capitalista prometido, sino que se volvió al punto de partida. En el horizonte aparece como inevitable un nuevo ajuste post elecciones, con salto cambiario y aceleración de la inflación. La gran diferencia con 2023 es que el margen de tolerancia social, el cheque en blanco, ya se gastó. Quienes se sacrificaron aferrándose a la sola esperanza en el líder salvador ya transitan el desencanto. Y si sobre este desencanto sobreviene un nuevo ajuste, la predicción es que la tensión social se disparará. Con las dinámicas sociales suele ocurrir lo mismo que con las crisis económicas, una vez que le reacción comienza, el desenlace es impredecible. La primera conclusión preliminar es que el margen social para un nuevo ajuste desapareció, al menos si se pretende que el ajuste transcurra en un marco de paz social.
Es probable que este escenario de tensión social creciente haya sido registrado tanto por el FMI como por el Tesoro estadounidense, lo que explicaría parcialmente la “protección” colonial expresada en los cuantiosos desembolsos del Fondo, así como la más reciente promesa de ayuda directa del amigo americano.
Sin embargo, más allá de las esperanzas del equipo económico, que habita en el universo paralelo de las expectativas, para los mercados los anuncios estadounidenses ya son pólvora mojada. Y peor, si solo habrá un swap de monedas para eliminar el swap chino el desencanto puede ser mayúsculo hasta el punto de la corrida. Luego, si es algo más potente que hoy se desconoce, conviene recordar que los gastos discrecionales de Estados Unidos deben pasar por su Congreso, donde la posibilidad de cursar una ayuda extraordinaria a la Argentina es bastante nula. Parece que en Estados Unidos si advierten que ambas economías son competitivas en los mercados globales. Agréguese que el shutdown, el actual cierre de gobierno, mantiene paralizado también al Congreso, lo que podría dilatar los tiempos de ayuda. Parte de la verdad se conocerá el próximo día D, el 14 de octubre, cuando Donald Trump reciba a Milei en la Casa Blanca.
Lo que ya sabe el Tesoro estadounidense y el conjunto del poder financiero global es que el modelo argentino de dólar barato sin reservas y contra endeudamiento externo, está absolutamente agotado. Es evidente que seguir girando dólares que se volatilizan sosteniendo la paridad cambiaria no cierra por ningún lado. Si se plantea la inyección de una cifra imaginaria de, por ejemplo, otros 20 mil millones de dólares de endeudamiento, pero se mantiene el actual esquema cambiario, se sabe que sólo se prolongará la agonía del modelo unos pocos meses. Por eso, si se consigue llegar a las elecciones sin una corrida cambiaria, el ajuste posterior se descuenta cualquiera sea el nivel de apoyo externo, dato que conduce nuevamente a la potencial inestabilidad política. La segunda conclusión preliminar es que, así como deberá cambiar el esquema económico luego de las elecciones, lo mismo podría suceder con el político.
El Destape