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TE AVISO Y TE ANUNCIO QUE HOY RENUNCIO

Entre tanto ruido que nos trae la macroeconomía, hay temas cruciales, que en cualquier economía estable son más importantes que el valor del dólar. Si tuviera que ponerles un título, los llamaría “cuestiones estructurales” y definen un conjunto de regulaciones y normas que en teoría debería modificar sustancialmente el panorama de un país.

Ejemplos son la reforma tributaria, la liberalización comercial o el tema que quiero tratar hoy: la reforma laboral. Fijate que todos los ejemplos sugieren cambios drásticos en el funcionamiento de algo (el sistema recaudatorio, la estructura de restricciones al comercio exterior o el funcionamiento de los mercados de trabajo). Obviamente te incumbe a vos, a mí y a 45 millones de compatriotas.

No es la primera vez, ni va a ser la última, que este Gobierno anuncie que va por una reforma laboral. Durante la gestión Javier Milei se habló de esto en varias ocasiones (ver acá o acá). Como casi todo lo que se hace en economía, no le afecta a todo el mundo igual. En este tema concreto hay dos bailando el tango: empresas y trabajadores. Pero hay bailarines de todo tipo y color.

Formal e informal

La economía argentina es lo que se denomina una “economía dual”, con un sector formal y otro informal. En el primero, las empresas y los trabajadores tienen relaciones reguladas por convenciones colectivas y leyes, y operan con estándares “de oficina”. O sea que más o menos hay un horario, llegás a las nueve, te hacés el café, saludás a tus colegas, tu jefe te dice lo que hay que hacer, tenés un escritorio y una compu, a la una parás para almorzar y a las cinco te volvés a tu casa en el bondi. A fin de mes cobrás un salario, tenés vacaciones pagas, obra social y no es tan fácil que te echen.

En el segundo, te levantás todos los días para ver cómo juntar el mango, tal vez consigas hacer changas, vender chocolates en el subte, manejar un vehículo y transportar pasajeros o burgas, y no tenés prácticamente ninguna legislación específica que te ampare. Tu ingreso a fin de mes depende de cuánto puedas vender, lo que está en función de cuánta plata sobra en la calle y cuántas personas como vos salgan día a día a hacer lo mismo. Tal vez trabajes fines de semana y feriados y probablemente no tengas vacaciones o no cobres si las tenés, y estés rezando para no enfermarte porque nadie te cubre. Casi todo el mundo, si le dan a elegir, prefiere un trabajo formal con todos los derechos.

Por supuesto, la cosa no es blanco o negro, existen colores. Tal vez en algunas “oficinas” haya laburantes informales, o muchas microempresas — o familias — contraten algunos trabajadores y no les den los números para registrarlos. Para que te des una idea, sumando la informalidad por todo concepto, se estima que en nuestro país estas formas de trabajo precario representan un 43,2% del empleo total, o sea una bocha.

Tradicionalmente se asume que los países más ricos tienen un sector informal muy pequeño: por algo son ricos. Las economías de plataforma y las nuevas tecnologías han cambiado un poco esto y dejaron a un sinnúmero de trabajos en un limbo, pero a grueso modo, países ricos tienen economías “muy” formales y, viceversa, países más pobres tienen un enorme sector informal.

¿Por qué una reforma laboral?

A grandes rasgos, hay dos razones que justifican discutir las leyes laborales. En primer lugar y por desgracia, existe algo llamado “paso del tiempo” que deja obsoletas las normas vigentes y obliga a discutirlas periódicamente. Obviamente, se necesitan escribir leyes laborales que den cuenta del nuevo contexto.

En segundo lugar, y también por desgracia, muchos países tienen economías con mucha informalidad y algunos economistas consideran que una reforma laboral es la solución. Vale decir, si hay informalidad es porque las leyes hacen que las empresas que pueden ofrecer empleos formales no quieran crearlos.

Otros economistas, entre los que me gusta pensar que me incluyo, consideran que la informalidad a grandes rasgos depende de que el sector formal de la economía crezca lo suficiente como para albergar a todos los compatriotas que quieran trabajar en él. Como diría Milei, “o sea digamos”, es como el juego de las sillas: cuando para la música, siempre hay más “retaguardias” que apoyar que sitios sobre los cuales sentarlas. El chiste está en que cada vez tengamos más y más sillas. Para esto no hay mucha vuelta: es necesario crecer y desarrollarse. Por supuesto, una buena regulación y unas normas bien diseñadas ayudan a incrementar el número de sillas, pero marginalmente. Lo más importante: una reforma no tiene por qué ser en contra del trabajador.

¿A mí cómo me afecta una reforma?

Desconocemos la letra chica de la reforma laboral que piensa el oficialismo pero, por las afirmaciones del oficialismo, sospechamos que eliminaría derechos y buscaría minimizar el poder de los sindicatos, de modo tal que sea más fácil para las empresas contratar y echar trabajadores (ejemplo: al eliminar la indemnización por despidos). A esto se lo llama “flexibilización laboral” y es lo que suelen recomendar los programas de reforma tradicional.

¿Cómo te pegaría una reforma de este estilo? La respuesta no es unívoca: es un gran “depende”, en particular, de qué lado del mostrador estás y de si habitás el sector formal o el informal. Todo lo que sigue es de carácter especulativo y busca que tengas elementos para entender qué podría pasar si viene una reforma.

Si sos trabajador con un empleo formal y la reforma afecta tu sector, convenio o lo que sea, bueno, perdés derechos. Vos ya estás arriba cuando los bondi vienen llenos y te obligan a bajarte. Además, como plus el Estado podría perder aportes patronales y contribuir al desfinanciamiento del sistema previsional, si una reforma los rebaja.

Si sos un trabajador sin un empleo formal que labura en una panadería de barrio “en negro” o en algún sector como la construcción o en casas particulares, me cuesta creer que tengas mucho por ganar. A lo mejor tenés alguna chance adicional de pegar un trabajo que pague más en una multinacional o, al quedarte donde estás, puedas lograr que te blanqueen, pero seguramente no te van a dar muchos derechos (porque no poder dártelos posiblemente era la razón por la que te tenían informal en primer lugar). Lo mismo aplica si sos un chofer de aplicación, trabajás en casas particulares o estás desempleado. Me cuesta creer que esta medida puntual te cambie la vida.

¿Qué pasa si tenés una empresa? Si sos dueño de una multi o un gerente te felicito, estabas viajando en primera clase y te acaban de agregar otra copa de champagne en la cena. Ahora tenés más poder frente a tus trabajadores y seguramente pagarás menos por contratarlos (tanto en salarios como en cargas y aportes).

En cambio, si tenés un pequeño comercio o tu familiar maneja una PyME, a lo mejor una reforma es un alivio importante, y ciertamente yo creo que acá está el sector en donde es importante atender una situación que los ahoga, porque hace rato que laburan en un limbo.

Abrazo, medalla y beso para el sector público, que sistemáticamente abusa de un mecanismo que es contratar empleados como monotributistas para lo que es una relación de dependencia hecha y derecha. Si hay un empleador que negrea es el propio Estado. Ciertamente, una flexibilización laboral no haría más que facilitar el statu quo.

Qué forma tiene la reforma

¿Puede ser que una reforma laboral tenga éxito para empresarios y trabajadores? Para que esto ocurra, los primeros deberían crear mucho empleo de calidad. ¿Es posible? Como vimos, acá las aguas están divididas: algunos dicen que sí, porque piensan que el exceso de regulaciones hace que las empresas formales no crezcan y se desarrollen; los más escépticos consideran que esto es poco probable si la economía no arranca, pero si arranca y crece, la reforma probablemente no sea tan importante para la suba del empleo, siempre que el crecimiento se sostenga en el tiempo.

No obstante, esto no significa que no haya que revisar las normas laborales porque hay convenios colectivos de trabajo que no se actualizan desde la época del moño. Por otra parte, existe el desafío de tener un mercado de trabajo que genere ingresos suficientes y proteja a los trabajadores, sin fundir a pequeñas empresas y particulares que contratan regularmente o podrían hacerlo. Se podrían considerar cuestiones como una rebaja de aportes patronales para nuevas contrataciones de empresas nuevas o pequeñas y algo de empleo formal se podría crear, sin ahogar a estas empresas.

Finalmente, es imperioso reconocer la triste realidad: la informalidad laboral es un hecho y por más que nos llenemos la boca con los derechos de los trabajadores, sólo una parte accede a ellos. Y, si no encontramos un conjunto de políticas que nos permita recuperar la estabilidad macroeconómica y volver a crecer, difícilmente la cosa cambie. Esto, más que la reforma laboral, es el quid de la cuestión: como reconoció el propio presidenteel empleo privado está estancado desde el 2011 y el poco dinamismo que se observó en el mercado laboral en estos dos años se asocia a changas y cuentapropismo. Los hechos son contundentes. Si de chiquito jugaste al juego de las sillas, probablemente estarás de acuerdo conmigo en que por más que discutamos sus reglas, si no traemos más sillas, sentarse va a ser cada vez más complicado para todos.


Emiliano Libman | Cenital

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