Desde hace rato que el Gobierno viene insinuando y aplicando políticas que implican una economía más abierta al comercio internacional y esto reabre — valga la redundancia — un debate más viejo que la escarapela: libre comercio o proteccionismo. El punto del que partimos es una economía bastante cerrada, –demasiado, en mi opinión–, y que nos obliga a replantear nuestra inserción en el mundo. Sí, hay que abrirse, pero el riesgo es que salga mal y que ganen unos pocos y pierdan muchos.
Argentina’s got talent
Casi por unanimidad, en el rubro de los economistas se plantea que la apertura comercial es buena, cerrarse es malo. La idea de fondo es el mantra de siempre: el mercado es el mejor asignador de los recursos. En la materia Comercio internacional, el discurso técnico apela a la noción de “ventaja comparativa”. Esta idea sugiere que lo importante para definir el patrón de especialización no es la productividad “a secas”, sino la productividad relativa. No hace falta que un país tenga un talento en particular, hace falta que tenga algunas cosas que le salgan mejor que otras (o incluso menos peor). El resultado es que de esta forma se explotan al máximo las ganancias que surgen del intercambio entre las naciones.
Te lo pongo con un ejemplo más mundano. Messi es el mejor jugador del mundo, nadie juega al fútbol como él. Estoy seguro de que también es muy bueno en otras cosas, por ejemplo, cortando el pasto (ponele). Quizás hasta en una de esas es incluso mejor que un jardinero promedio. Pero está claro que el mejor arreglo es que el astro se encargue de jugar a la pelota y no desperdicie 4 o 5 horas por día cuidando sus jardines, y que su jardinero se dedique a cortar el pasto. (Un libro de texto famoso, con el que estudié, se preguntaba si Michael Jordan debía cortar su pasto; de acá mi rebuscado ejemplo).
Cuando esta idea tan sencilla se traslada al plano internacional implica que cada país se debería enfocar en producir aquello en lo que es relativamente mejor. Si miramos a la Argentina, está claro que hay actividades en las que somos relativamente e incluso absolutamente mejores que el resto o la gran mayoría de los países. Se trata de aquellas vinculadas al agro, en general localizadas en la Pampa húmeda. Hoy, quizás, podríamos sumar algo de economía del conocimiento, minería e hidrocarburos, y algunas otras cosas muy puntuales. No quiero ofender a nadie y seguro me olvide de ejemplos, pero tenemos muchos destinos espectaculares, filmamos algunas buenas películas y series que la rompen fuera del país, hacemos excelentes vinos y hasta fabricamos y exportamos satélites.
Argentina también tiene muchas actividades en las que, a priori, es relativamente y quizás también absolutamente peor. Elegí casi cualquier sector de la industria y es muy probable que sea así. Al grueso de las empresas en este sector le cuesta muchísimo competir con el exterior, y no, no es “su culpa”, como te voy a explicar más abajo. Este rezago comparativo de las actividades industriales en nuestro país ha sido históricamente así, pero se acentuó recientemente por la irrupción de las economías del Sudeste Asiático y China en el mercado mundial; ni hablar ahora que existen plataformas de e-commerce que permiten comprar puerta a puerta productos del otro lado del mundo rápidamente y con un simple “clic”, aunque pueda salir mal.
Si sumás 2+2 la conclusión es obvia: de acuerdo con el principio de las ventajas comparativas, a grandes rasgos, Argentina debería dedicarse al agro, hidrocarburos y minerales, y debería dejar de ofrecer productos industriales. Ergo, el camino “correcto” es claro: remover todas las barreras al comercio, liberar el sistema de precios, y dejar que las señales que envía el mercado modifiquen la estructura económica de nuestro país.
Esta explicación es, más o menos, la que acepta el grueso de los economistas. Me parece que el Gobierno también. Bueno, no tan rápido, en economía cuando preguntás cuánto es 2+2, nuestra profesión tiene la obligación de responder “depende”.
Por qué el Jardinero Cruz nunca debió cortar el pasto
Quizás sos muy joven y seguramente no conozcas la historia de Juan Manuel “Jardinero” Cruz. Te la resumo porque es desopilante: en los años noventa jugó en Banfield y River y llegó al fútbol europeo de primer nivel, pasando por Holanda e Italia (si mi memoria y la IA a la que le pregunté no fallan). Incluso se calzó la celeste y blanca para representar a nuestro país. Bueno, así como lo ves, arrancó cortando el pasto en Banfield hasta que un día le dieron una chance, pudo armar una carrera y llegar a competir internacionalmente.
Esta historia que ilustra una — aunque no la única — limitación del principio de las ventajas comparativas: las habilidades no son algo eterno e inmutable, sino que se adquieren por el entrenamiento, la práctica misma del deporte y el trabajo de un conjunto de especialistas que te apoyan — nutricionistas, DT, médicos, etc., en este caso–. Cruz nunca hubiese llegado a triunfar trabajando él solo. De haber sido así, seguramente hubiera seguido contando el pasto, actividad noble, pero ciertamente menos redituable que jugar en los mejores clubes de fútbol de las mejores ligas mundiales.
A un país le pasa lo mismo que al jardinero Cruz: los sectores que llegan a ser buenos no lo son únicamente por obra y arte de los talentos que te da la madre naturaleza, sino que dependen también de un proceso de entrenamiento y de un esfuerzo deliberado de toda la sociedad. ¿Cómo es esto? Un país te ofrece condiciones de mil maneras, por ejemplo, mediante la provisión de infraestructura adecuada (rutas, puertos, aeropuertos, tendido eléctrico, etc.), personal calificado, crédito abundante y barato, estabilidad macroeconómica e institucional, servicios públicos de calidad, insumos de uso difundido, entre otras. Todos estos factores apuntalan lo que se denomina “competitividad sistémica de un país”, que, volviendo a la metáfora futbolera, implica tener un buen DT, preparador físico, kinesiólogo y psicólogo, además de un lindo estadio y una dirigencia que no cobre cualquier cosa por las entradas a los partidos.
En todos los países exitosos del mundo existe un común denominador: el apoyo al sector privado de forma directa e indirecta. Creeme, vamos a un mundo en donde esto va a ser cada vez más explícito. Naturalmente, no siempre tiene sentido sostener a ese burro que juega de nueve en tu club, sólo porque se hizo un esfuerzo importante y se pagó una fortuna por el pase. Del mismo modo, no siempre vale la pena ofrecer protección a un sector sólo porque existe. Pero aun si existiera la necesidad de cambiar el mix productivo de un país, hay que tratar de preservar las habilidades que una sociedad construyó y fue plasmando en sus sectores productivos. Si se pierden cuesta mucho, pero mucho, reconstruirlas.
Cuando las empresas cierran y dejan en la calle a sus obreros, lo que aprendieron en el trabajo, las habilidades administrativas de la gerencia, la red de contactos, proveedores y ese know-how fino que da la experiencia, se pierde. Lamentablemente, abrir y dejar tierra arrasada es algo que puede ocurrir.
No todas las aperturas son iguales
En tu casa hace un calor de la gran siete, pero afuera diluvia. Abrís la puerta y… La política económica en Argentina se hace, en general, con lo que hay y esto implica que las condiciones no son siempre las mejores. Repasá alguna de las cosas que mencioné que ayudan directa e indirectamente al sector privado y vas a ver que en nuestro caso venimos bastante bien en algunas áreas (como una oferta muy buena de personal calificado), pero muy flojos en otras (abrazo, medalla y beso para el rubro “estabilidad macroeconómica”).
También es cierto que no hace falta ser muy creativo para romper todo. Está lleno de casos de países que se abrieron mientras recibían capitales del exterior y mantenían el tipo de cambio fijo, lo que le dificultó a muchos sectores competir en condiciones razonables con el resto del mundo y los mandó directo a la quiebra. Nos pasó durante la Convertibilidad, pero sin ir muy lejos también ocurrió en Chile en los años setenta con la famosa Tablita (que la inventaron ellos y nuestro Banco Central copió a los pocos años) o en México desde fines de los ochenta y principio de los noventa.
Por como viene la mano, creo que hay un riesgo claro de abrir la economía sin modificar demasiado las condiciones imperantes, léase manteniendo la estructura impositiva, en el marco de un ajuste del sector público, con la inversión pública por el piso y con una política cambiaria que busca atajar el dólar todo lo que se pueda. No me sorprendería entonces que el resultado sea seguir modificando la composición del empleo y la producción, en línea con lo que venimos charlando durante las últimas semanas: los hidrocarburos, la minería, el agro y probablemente los servicios financieros. Estos serían los sectores que emergerían como claros ganadores, mientras que la industria tiene todos los números para ser el gran perdedor.
Nota: en otros sectores que hasta ahora vienen perdiendo con el gobierno de Milei, como la construcción y los servicios, y no están directamente expuestos a la competencia internacional, no me queda tan claro que pierdan con la apertura, porque los ganadores tienen cierta capacidad de arrastrarlos. Habrá que ver qué pasa.
Una apertura un poco más “abierta”
Aparece entonces la pregunta del millón: ¿cómo se abre la economía, pero sin chocar para que a los pocos años la presión para cerrarla sea tan grande que no quede otra? Estar pegando giros de 180 grados cada dos por tres no es muy bueno. Creo que acá deberíamos abrir un poco la cabeza y considerar la complejidad del asunto.
En principio, creo que no hace falta abrir todo de golpe. Es más, si me apurás te digo que la razón número uno para hacerlo rápido es que traer importaciones baratas disciplina la producción local y puede ayudar a contener las presiones inflacionarias. Creo que sería ideal no apresurarse y tratar de bajar la inflación al costo que sea.
Además de respirar antes de hacer política económica, hay otras formas de evitar que la apertura rompa todo. Se pueden armar esquemas para apoyar a los sectores que pierden y facilitar la transición, por ejemplo, con políticas que faciliten la migración interna (¿cuándo fue la última vez que alguien te contó que se mudaba al interior porque le salió un trabajo?), o implementar créditos o incluso subsidios para la reconversión (aunque esto es más polémico), por nombrar algunas cosas. También hay mucho por hacer en materia de provisión de servicios públicos de calidad, estabilidad macroeconómica y reforma tributaria.
Lamentablemente, avanzar con una apertura más cauta implica muy probablemente sacrificar el plus antiinflacionario que para el gobierno es central, máxime considerando el dato de inflación del jueves pasado. Además si seguís el discurso oficial no parece que esté admitiendo que exista un problema; es más, hasta se festeja que por ahora no se vislumbra un impacto significativo en el desempleo, como si esto fuera una prueba de que la apertura viene saliendo bien. La lógica oficial sería cierta si los trabajadores y las empresas migrasen desde los sectores que pierden hacia los que ganan. Pero cuando las personas desplazadas se ven forzadas a autoemplearse en la economía de plataformas, el dato de desempleo ofrece un panorama engañoso sobre la realidad del empleo. No sé vos, pero yo pienso que este tema da para tratarlo con más cuidado.
Emiliano Libman | Cenital

