EL MENSAJE DE UNIDAD RESUENA ENTRE LOS ARGENTINOS

En medio de una ardua recesión económica, parece que la gran promesa del candidato favorito a la presidencia de Argentina es unir a una sociedad profundamente polarizada.


BUENOS AIRES — El nombre de las calles puede ser una forma muy sutil de expresar lealtad política en este país. El nombre oficial de una pequeña calle cerca de la sede del Congreso de la Nación es Presidente Teniente General Juan Domingo Perón, en honor al líder populista fallecido. Sin embargo, sus opositores más acérrimos insisten en utilizar el nombre antiguo de la calle, Cangallo, para manifestar su renuencia a honrar al hombre al que culpan por arruinar a la Argentina.

Por supuesto, varios desacuerdos ideológicos existían desde antes de la época del general Perón, pero la división entre sus partidarios y opositores ha sido un componente estructural de la política argentina desde la década de los cincuenta.

Esta polarización ha evolucionado y se ha intensificado sustancialmente en años recientes. El cisma, conocido como “la grieta”, divide a los simpatizantes de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner de aquellos de su sucesor, el presidente Mauricio Macri. Desde hace diez años, ambos bandos han librado una candente batalla política, planteada en términos morales maniqueos, más propia de una guerra santa que de un debate democrático. Sin embargo, para efectos electorales ha sido redituable; tanto, que la mayoría de los analistas están convencidos de que la grieta definirá las elecciones generales del 27 de octubre.

Aquí, como en muchas otras partes de nuestro mundo cada vez más polarizado, la política es un tema tabú en círculos sociales en los que (por mero milagro) todavía conviven personas con posturas ideológicas encontradas. Miembros de la misma familia evitan a toda costa hablar de las elecciones o simplemente evitan verse. Incluso hay aplicaciones parecidas a Tinder que prometen encontrar parejas con ideologías afines (porque, claro, ¿acaso hay algo peor que dormir con el enemigo?). Yo evito hablar de política con conocidos cuyas preferencias desconozco y con amigos cercanos cuyas opiniones conozco a la perfección. Así que este año, tan trascendental en muchos sentidos, hemos sostenido las conversaciones más banales.

No obstante, los argentinos parecen estar hartos de estos conflictos y dispuestos a dar un giro hacia la moderación, a pesar de las consecuencias inesperadas que la acompañan. El candidato a la presidencia que encabeza las preferencias de voto, Alberto Fernández, junto con su compañera de fórmula, Cristina Fernández de Kirchner, han adoptado un tono moderado y enfocado en la unidad entre diversos sectores del universo político, económico y social de Argentina.

Este enfoque es un principio fundamental de su campaña, como demuestran el nombre inclusivo de su coalición, Frente de Todos, y su convocatoria a un “pacto social”. Sin duda, decepcionará a muchos partidarios de ambos bandos que prefieren las posturas extremas, pero podría ser el bálsamo que tanto necesita la Argentina. Parecen haber comprendido una nueva verdad electoral: el país está cansado de las divisiones amargas e interminables. Las críticas venenosas han dejado exhaustos a la mayoría de los ciudadanos del centro político. En vez de promesas optimistas, quieren unidad.

La convocatoria de Fernández por la unidad es pragmática. El siguiente gobierno tendrá en sus manos un desastre económico: una deuda inmensa acumulada por el gobierno actual, una inflación anual que se proyecta en el 50 por ciento, una tasa de pobreza al alza y reservas de divisas mermadas porque se han utilizado para apuntalar el peso, cada vez más débil. Los legisladores, incluso los de Cambiemos, la coalición de Macri, aprobaron el mes pasado un proyecto nacional de emergencia alimentaria que aumentará la ayuda entregada a los más necesitados del país.

Con seguridad, reestructurar la deuda será una de las primeras acciones del gobierno entrante, que podrá ofrecer muy poca ayuda a los argentinos a consecuencia de la profunda recesión económica que atraviesa el país. Algunas medidas de austeridad serán inevitables y las acciones de Alberto Fernández para intentar crear pactos sociales entre actores importantes son, en esencia, una manera de ganar tiempo y cómplices en una época de desaliento absoluto.

En esta situación, la estrategia de Fernández parece demasiado optimista, casi al punto de ser irrisoria: convencer a distintos sectores con intereses opuestos de que su única esperanza es ceder un poco para empujar en la misma dirección. De cualquier forma, hay señales de que algunos personajes clave están dispuestos a adoptar el plan de Fernández, al menos en un principio. “Creer o morir”, como decimos aquí.

Durante su campaña, el candidato favorito a la presidencia ha logrado con gran éxito llevar a la mesa de negociación a partes que en el pasado eran irreconciliables, desde partidos y movimientos políticos hasta sindicatos poderosos y con un largo historial de división. En una serie de propuestas encaminadas hacia la unidad, anunció hace poco un plan nacional para combatir el hambre, conforme al cual se pedirá a las empresas que bajen el precio de los alimentos.

La plataforma económica de Fernández contempla impulsar la producción a través de convenios entre asociaciones empresariales y los sindicatos que representan a sus empleados para que definan, en adelante, precios y salarios. Aunque los planes son optimistas, el candidato ha repetido hasta el cansancio que la recuperación no será fácil.

Para plantear una plataforma contra la polarización —en vista de que su fórmula presidencial incluye a una de las figuras más polarizadoras del país—, Fernández necesita convencer a los argentinos de que es capaz de equilibrar las diversas fuerzas de su coalición y también de que su vicepresidenta no lo controla.

Algunos críticos han insistido en que el Frente de Todos es un retorno apenas velado a los gobiernos Kirchner. El hecho de que Alberto Fernández —quien fue jefe de Gabinete de ambos presidentes Kirchner—, era casi un total desconocido fuera de los círculos políticos antes de que Cristina Fernández de Kirchner lo eligiera para encabezar su fórmula, esta aseveración parece convincente. Y sin duda es un problema. Pero también es cierto que, durante buena parte de la presidencia de Fernández de Kirchner, Alberto Fernández fue uno de sus opositores más decididos y ha logrado crear una coalición amplia, incluso mayor que la base electoral de la expresidenta.

Si Fernández resulta electo, tendrá que hacer concesiones para equilibrar las exigencias de los kirchneristas con las de los peronistas y progresistas reunidos en su alianza. De cualquier forma, los moderados ven con recelo la popularidad electoral de Fernández de Kirchner, con todo y que ha mantenido una presencia muy discreta durante la campaña. Solo el tiempo dirá si la expresidenta pretende usar su influencia y, en tal caso, cómo.

Además, hay que tener en cuenta que controlar a un presidente en funciones es mucho más difícil de lo que hacen creer algunas teorías conspirativas. En América Latina existen ejemplos recientes de dirigentes poderosos que le dieron su bendición a sucesores presidenciales con la esperanza de controlarlos (EcuadorColombia e incluso la misma Argentina en 2003), pero en general fracasaron en su cometido de convertirse en maestros titiriteros.

¿Deberíamos atrevernos a soñar con divisiones políticas que se reduzcan al nombre de la calle que preferimos honrar? Es una actitud casi igual de optimista que pedirle a las empresas bajar sus precios y a los sindicatos abstenerse de pedir aumentos de salario.

No es posible hacer desaparecer la grieta por decreto presidencial. Es muy posible que la convocatoria de Fernández no pase de ser un discurso de dientes para afuera, justo lo que sucedió con Macri y su promesa de ponerle fin a las divisiones cuando asumió el poder hace casi cuatro años. Se necesitará mucha cooperación y buena voluntad, dos condiciones que Fernández pide para la economía.

Se trata de un salto político enorme, pero quizá podamos aprender del arreglo al que se llegó con respecto a la calle Perón: hoy en día, las últimas 46 cuadras de esa vía conservan como nombre oficial Cangallo. Independientemente del nombre que cada quien prefiera usar, al menos sabemos que hablamos de lo mismo.

(De The New York Times – Jordana Timerman, editora del Latin American Daily Briefing).


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