¿Cuántas veces leíste o escuchaste mencionar el tema de la productividad en los análisis económicos? Me arriesgaría a decir que muy pocas. Y esto es algo muy llamativo, porque la productividad es una de las variables que integra el núcleo central de la dinámica económica. Si bien su faceta más conocida está vinculada con el nivel de producción (el PBI), también se encuentra intrínsecamente vinculada con la inflación y con la distribución del ingreso.
¿Qué es la productividad?
La productividad muestra la relación que existe entre la cantidad de bienes producidos y los factores productivos utilizados. Comúnmente esto se asocia con la eficiencia del proceso productivo donde, por ejemplo, una mayor productividad refleja un aumento de la producción con los mismos recursos utilizados. Existen diferentes mediciones (con sus respectivos significados), ya que se puede aplicar sobre distintos niveles de la economía (país, sector, empresa individual), como también sobre los distintos factores productivos (tierra, capital, trabajo).
De todos modos, la más utilizada es la productividad laboral, es decir la cantidad producida en relación al total de trabajo utilizado (que puede estar medido en términos de la cantidad de trabajadores o de las horas de trabajo utilizadas).
¿Por qué es importante la productividad?
Como decíamos al principio, el argumento más instalado acerca de su importancia está asociado a la –evidente- capacidad de producir una mayor cantidad de bienes utilizando los mismos recursos. Ahora bien, ¿qué tiene esto de bueno? Uno podría apelar al aumento de la variedad y la calidad de los productos, pero, por otro lado, se podría replicar que una buena cantidad de estos son innecesarios o prescindibles. Una crítica mucho más fuerte –y válida- que viene creciendo en los últimos años es sobre su impacto ambiental, dado que la expansión de la producción conlleva mayores niveles de contaminación y polución ambiental.
Acá es donde aparece el aporte principal de la productividad, cuyo beneficio más relevante se da en la esfera macroeconómica, y no en el plano de la empresa individual (es decir, a nivel microeconómico). Esto es así, ya que los incrementos de la productividad permiten que mejore el salario sin que eso se traduzca en aumentos de los precios. Más específicamente, si se incrementa la productividad los salarios pueden expandirse en la misma cuantía sin que eso impacte en el costo unitario de las empresas (y por ende sin que afecte su margen de ganancia). Es importante aclarar que esta relación entre los precios, la productividad y la distribución del ingreso entre trabajadores y empresarios es una cuestión contable, es decir, se da por definición (para quienes quieran profundizar sobre este aspecto, acá les dejo un texto cortito que muestra el manejo de las identidades contables).
Así, la cuestión de la productividad resulta clave, sobre todo en una economía como la argentina, que hace años se encuentra estancada. Como ya mostramos en su momento, el PBI se encuentra estrechamente vinculado con el nivel de los ingresos de una economía (el tamaño de la torta). Si esa torta no se agranda, entonces los aumentos salariales (que llevarían a una tajada mayor en la distribución del ingreso), muy probablemente impacten negativamente en el beneficio de las empresas, que los trasladarían a los precios (buscando recuperar la participación en el ingreso perdida).
Ahora, imaginen que las empresas desarrollan una nueva tecnología que les permite producir una mayor cantidad de bienes con los mismos recursos, es decir que incrementa su productividad. Esto lleva a una reducción del costo por unidad, que a su vez se traduciría en una mejora del poder adquisitivo de los salarios. De esta manera, los trabajadores (y los empresarios) se verían beneficiados sin que eso genere un conflicto distributivo que se manifestaría a través de aumentos en los precios.
Por este motivo es tan importante tener en cuenta la productividad, ya que podría ser un elemento clave para desatar el nudo gordiano del círculo vicioso en el que la economía argentina se encuentra atrapada desde hace años.
¿Cómo se aumenta la productividad?
Acá aparece, probablemente, el motivo por el cual no se habla demasiado de este tema. El concepto de la productividad quedó muy asociado a las reformas laborales que se aplicaron en toda la región durante los años ’90 con tal fin. Si bien en la mayoría de los países las medidas llevaron al aumento de la productividad, en buena medida esto se logró por medio de la reducción drástica del empleo (para Argentina, ver este trabajo de L. Beccaria al respecto). Es decir, en lugar de incrementar la capacidad productiva (manteniendo el nivel de empleo), lo que se hizo fue reducir la cantidad de trabajo (manteniendo el nivel de producción). Por eso es que el concepto goza de mala reputación (acá se puede ver cómo se redujo su popularidad a partir de los 2000).
Ahora bien, que esas políticas no hayan funcionado no significa que no existan maneras apropiadas para impulsar la productividad. Precisamente por este motivo, y por lo que mostramos anteriormente, es que hay que volver a traer este tema al centro de las discusiones. La semana próxima, si la coyuntura nos deja, examinaremos estas posibilidades.
¿Más economía?
Va el resumen del panorama económico, a partir de los datos que salieron durante la última semana: la recaudación tributaria en mayo mejoró respecto del mes anterior, pero parece estar encontrando su techo. Algo similar sucedió con el empleo, que mostró una fuerte recuperación en marzo, pero los datos adelantados de abril mostraron un freno. El relevamiento de las expectativas del mercado va en la misma línea, ajustando a la baja la proyección del crecimiento para este año, con motivo del aumento de contagios y las restricciones a la circulación. La nota completa la podés leer acá.
Juan Manuel Telechea
Cenital.com