El 3 de diciembre de 1990 la sociedad argentina afrontó el último y más sangriento alzamiento carapintada. La jornada dejó 14 muertos y marcó el fin de las insurrecciones militares. Tres semanas más tarde, con el argumento de “pacificar el país”, el entonces presidente Carlos Menem indultó a las juntas militares.
En la madrugada del lunes 3 de diciembre de 1990, oficiales que respondían a Mohamed Alí Seineldín dieron inicio a lo que sería la última asonada militar contra el poder constitucional. Ese día se saldó la interna militar iniciada por el alzamiento de Semana Santa y los militares quedaron definitivamente subordinados a los civiles. Cuando las fuerzas leales derrotaron a los rebeldes, la jornada había deparado mucha sangre derramada: catorce muertos. La cuarta y última rebelión militar se saldó con la condena a reclusión perpetua para su líder, Mohamed Alí Seineldín, y la tanda de indultos con los que Carlos Menem liberó a los máximos responsables de la dictadura.
La cuestión militar había sido heredada del gobierno de Raúl Alfonsín. El líder radical debió afrontar el primer alzamiento de quienes serían conocidos como carapintada. Fue en la Semana Santa de 1987, y los insurrectos le sacaron la ley de Obediencia Debida, que impidió el juzgamiento del cuerpo de oficiales involucrado en la represión dictatorial. También habían logrado la remoción de Héctor Ríos Ereñú como jefe del arma. El nuevo jefe, Dante Caridi, trató de aislar a Rico, lo que derivó en la segunda chirinada: la que tuvo lugar en Monte Caseros, Corrientes.
Rico declaró que la duda es la jactancia de los intelectuales, y que como buen heredero de asturianos y gallegos no pensaba rendirse. Sin embargo, no dudó en izar la bandera blanca al ver que no había un efecto dominó en las principales guarniciones en favor suyo. Así, el eje del liderazgo de aquellos oficiales nacionalistas que se quejaban del ala liberal del Ejército y la responsabilizaban de haberlos librado a su suerte por los crímenes de la dictadura y por la conducción en Malvinas, se corrió hacia otro teniente coronel, que estaba más a la derecha que Rico. Mohamed Alí Seineldín era, como su camarada de armas, veterano de Malvinas y tenía un discurso de tono nacionalista-católico. Agregado militar en la Panamá de Manuel Noriega, maldecía a la Revolución Francesa por haber abierto paso a la separación de Iglesia y Estado.
Seineldín pasó a la acción en diciembre de 1988 y logró lo que no pudo Rico: la caída de Caridi. El coronel sabía que lo iban a pasar a retiro y que por tanto no llegaría a general. Entonces provocó la tercera asonada, que tuvo su epicentro en Villa Martelli. Duró cuatro días y dejó tres muertos. Seineldín se rindió, pero Caridi dio un paso al costado por no haber podido restaurar la disciplina. El coronel permaneció detenido y comenzó a entablar diálogos con Carlos Menem, a la sazón candidato del peronismo a la presidencia. Cuando éste llegó a la presidencia, lo liberó en la serie de indultos de octubre de 1989, juntos a otros carapintada. Para entonces, el nuevo jefe del Ejército era Isidro Cáceres. No pertenecía al ala liberal y los oficiales alzados lo veían con buenos ojos. Sin embargo, al tiempo que Menem los indultaba, Cáceres los pasó a retiro.
En marzo de 1990, Cáceres murió y lo reemplazó Martín Bonnet. Apenas tomó posesión de su cargo, Seineldín se quejó por la situación del arma e insinuó que podría dividirse en fracciones. Bonnet respondió con una pena de 20 días de arresto en La Pampa. Significó la ruptura del carapintadismo con Menem, quien había esbozado que, aun fuera del Ejército, el coronel podría sumarse a funciones en su gobierno. En una carta dirigida a Menem el 20 de octubre, Seineldín le advirtió que “están dadas las condiciones para que sucedan acontecimientos reivindicatorios de tal gravedad que ni Usted ni yo estamos en condiciones de precisar”. En otras palabras: le avisaba la intención de volver a levantarse en armas. La carta provocó otro arresto de 60 días por orden de Bonnet. Seineldín no volvería a estar libre hasta mayo de 2003.
La rebelión
Horas antes del alzamiento, se filtró la noticia a la prensa, y por el medio menos pensado: el diario Sur, vinculado al Partido Comunista. A fines de noviembre del 90, un hombre que dijo ser coronel apareció en la redacción y fijó que el primer lunes de diciembre iba a haber novedades respecto de Seineldín. El domingo 2 de diciembre, en el panorama político, el periodista Daniel Vilá consignó la especie en un par de renglones. A la madrugada siguiente, los insurrectos tomaron el Edificio Libertador y el Regimiento de Patricios, en Palermo. También coparon el batallón de El Palomar y la fábrica de tanques TAMSE, en Boulogne. Oficiales alzados en Entre Ríos marchaban en varios tanques hacia Buenos Aires. El coronel estaba entonces detenido en San Martín de los Andes y no supo de la frase que lanzó Menem al ser informado: “Yo no voy a ser un nuevo Alfonsín, yo no voy a negociar”.
Así, el Presidente dio luz verde a la represión. Bonnet ordenó recuperar el cuartel de Palermo. Hubo tiroteos, que derivaron en la muerte de un cabo sublevado. Los alzados virtualmente fusilaron a dos oficiales leales: el mayor Federico Pedernera y el coronel Hernán Pita. Al conocerse este hecho, la repulsa fue total y ayudó a que no creciera la rebelión. El encargado de recuperar el regimiento fue el número dos del Ejército, Martín Balza.
Gustavo Breide Obeid, veterano carapintada de Semana Santa, fue el encargado de ocupar la sede del Ejército, a metros de la Rosada, que resultó el último foco en rendirse, a las 8 de la noche. Muy cerca de allí, los rebeldes tomaron la sede de Prefectura y se tirotearon con los leales. Murieron dos rebeldes y entre los heridos hubo periodistas. Mientras tanto, se reducía al foco de El Palomar y se frenó el avance de los tanques que venían de Entre Ríos.
La imagen más dramática se vivió en Boulogne. Once tanques tomados por los rebeldes rompieron la cerca y salieron a la Panamericana. La idea era ir con los tanques hasta Mercedes, sabedores ya de la caída de Palermo. Uno de los tanques embistió un colectivo de la línea 60 y mató a cinco de sus ocupantes. Jorge Romero Mundani, que lideraba a los rebeldes de Boulogne, se suicidó dentro de un blindado.
Menem ostentó lo que no pudo Alfonsín: haber puesto en caja a los militares. Seineldín admitió desde Neuquén que había planeado el fragote y hubo más de 300 detenidos. A las 48 horas llegó George Bush, el primer presidente de los Estados Unidos que visitaba la Argentina desde 1960. El 28 de diciembre, y con el argumento de querer pacificar el país, Menem indultó a los comandantes condenados en el histórico juicio de 1985. Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, entre otros, recuperaban la libertad. Lo mismo que el líder montonero Mario Firmenich, en la consagración de la teoría de los dos demonios. En 1991 Seineldín fue condenado de por vida, pero Eduardo Duhalde lo indultó horas antes del traspaso de mando a Néstor Kirchner. El último militar levantisco murió en 2009.
Página/12