CLAUDIO BONADIO. UN JUEZ QUE AVANZÓ CONTRA EL PODER CON SUS PROPIAS REGLAS

Claudio Bonadio fue el juez que avanzó como ningún otro en las causas contra el kirchnerismo. Usó todo el poder que tenía a disposición. Nunca le temió a la política. Era de ahí de donde él venía. Conocía sus reglas y tenía las propias. Bonadio jamás ofrecía un retroceso.

En cinco causas distintas ordenó la prisión preventiva de Cristina Kirchner. En cinco expedientes la envió a juicio oral y la acusó de delitos que van desde la asociación ilícita hasta la traición a la patria. Ocho indagatorias en un solo día le tomó el 25 de febrero del año pasado.

Juez federal desde 1994, su designación fue impulsada por uno de los hombres más poderosos del menemismo, Carlos Corach. Bonadio militaba desde joven en el peronismo. A principios de los 80′ integró el Centro de Estudios para el Proyecto Nacional Argentino (Cepna), un espacio que impulsó la campaña presidencial de Ítalo Luder, derrotado por Raúl Alfonsín. Con los Kirchner, la relación siempre fue difícil, pero tuvo su momento de más cercanía hace diez años, cuando el entonces oficialismo del Consejo de la Magistratura, con Diana Conti y Carlos Kunkel a la cabeza, votó para que no prosperaran las denuncias que se habían acumulado en su contra. Conti dijo entonces que era un juez independiente, que resolvía de acuerdo con sus convicciones. Hoy sostiene que Bonadio cambió. Hoy, para el kirchnerismo, no hay modelo más perfecto de juez del lawfare.

En 2014, el bloque kirchnerista del Consejo impulsó una denuncia contra el juez, consiguió los votos y lo citó por mal desempeño. Él estaba en su despacho de Comodoro Py cuando le llegó la noticia. Ese mismo día, firmó la elevación a juicio oral a Guillermo Moreno, a quien tenía procesado desde hacía seis meses por haber multado a consultoras privadas que medían la inflación.

Si algo se le reconoció siempre a Bonadio es que no fue un juez timorato. “Valiente”, para quienes lo reivindican. “Arbitrario”, para sus detractores. Él seguía sus propias normas. Fue así como, durante años, tuvo el récord de fallos anulados por la Cámara Federal; incluso en casos muy menores. “Él procesaba a los acusados de tenencia de drogas para consumo personal y fijaba embargos de 1000 pesos. La Cámara le revocaba esos embargos siempre y los fijaba en 70. Cada nuevo caso, él volvía a embargar por 1000”, cuenta un viejo funcionario de la Cámara.

Era muy común ver a abogados defensores quejándose en el pasillo del cuarto piso de los tribunales de Comodoro Py de que el juez no le dejaba ver los expedientes. Otro motivo por el que llegaban recursos a la Cámara. “La embajada” es el sobrenombre, famoso en los tribunales, que le habían puesto al juzgado federal N°11, el suyo. “Porque no se aplica la ley argentina”.

“Usaba el cien por ciento de sus atribuciones de juez. Y a veces más”, lo definió ayer un hombre de Comodoro Py que nunca fue su amigo. “Eso sí, era un tipo con códigos”, afirmó. En los tribunales recuerdan que cuando Jorge Alberto Palacio, “El Fino”, había caído en desgracia y estaba preso por la causa de las escuchas ilegales (el caso por el que estuvo procesado Mauricio Macri), Bonadio fue el único de los jueces federales que lo visitó en Marcos Paz. Palacio había trabajado durante muchos años muy de cerca con casi todos, pero ya nadie mantenía relación con él. Con ese vínculo como una de sus pruebas, en 2010 el fiscal fallecido Alberto Nisman denunció penalmente a Bonadio y a Palacio, en una causa en la que terminaron sobreseidos. Los acusó a de haber tramado una maniobra para sacarlo de la Unidad Fiscal AMIA. Contra Bonadio, como querellante, se presentó el Antonio Stiuso. El juez jamás fue uno de sus hombres de confianza en Comodoro Py.

Si es cierto que nunca nadie tiene más poder que un juez de instrucción, que decide sobre la libertad, el patrimonio y el destino de las personas, el caso de Bonadio es un ejemplo extremo. Él avanzaba siempre con todo su poder. “Era un cazador”, lo definió otro juez federal. Costaría imaginar a Bonadio en el esquema judicial que se viene, un sistema acusatorio, donde la llave para definir el rumbo de las investigaciones la tengan los fiscales y no los jueces.

Los inicios

Bonadio nació en 1956 y se crió en una familia de clase media de San Martín, provincia de Buenos Aires. Estudió en el colegio La Salle de Florida y se recibió de bachiller en 1973. Estudiaba abogacía en la Universidad de Buenos Aires cuando obtuvo su primer trabajo público, como asesor del peronismo en la Comisión de Industria del disuelto Concejo Deliberante. En 1989 conoció a Corach. Previo paso por el Ministerio de Salud, que por entonces comandaba Eduardo Bauzá, lo llevó a la Secretaría General de la Presidencia y de ahí, a la Secretaría Legal y Técnica, donde lo nombró subsecretario. Bonadio siempre recordaba esa relación, aunque hoy ya no tenía cotidianeidad.

En 1996, Domingo Cavallo lo denunció como uno de “los jueces de la servilleta”. Según Cavallo, Corach le había escrito en una servilleta la lista de los jueces que respondían al menemismo y Bonadio era uno de ellos. “Una chicana de la política”, pretendería restarle importancia, años más tarde, Bonadio.

Reservado en sus vínculos privados, era conocida su relación con Miguel Ángel Pichetto, histórico jefe del bloque del PJ en el Senado, pero tenía nexos con distintos dirigentes políticos. Entre ellos, con Sergio Massa, con quien en los últimos tiempos se había distanciado, cuentan en los tribunales.

En Comodoro Py era considerado un duro. “El áspero”, lo habían apodado sus colegas. Todos recuerdan el episodio de septiembre de 2001, cuando Bonadio mató a dos hombres que intentaron robarle y le dispararon al amigo de Bonadio que caminaba con él. El juez llevaba una Glock en la cintura. “No había opción. Si tenés un arma, tenés que estar dispuesto a usarla”, diría Bonadio años más tarde recordando ese día. “El juez pistolero”, lo llamó Cristina Kirchner en 2015, por cadena nacional.

Bonadio era uno entre doce jueces federales, pero fue quien instruyó la mayoría de las causas contra la expresidenta. La envió a juicio, por ejemplo, en el caso “dólar futuro”, acusada de haber autorizado operaciones de dólar futuro a un precio más bajo que el de mercado, y en la causa por el memorándum con Irán (el caso abierto por la denuncia de Nisman), donde la acusó de encubrimiento y también de “traición a la patria”, calificación que después modificó la Cámara. También, en la investigación de los cuadernos de las coimas, la última gran causa de Bonadio, y sus derivaciones. Además, la había investigado por su patrimonio en el caso Hotesur, del que fue apartado por la Cámara. Le embargó sus bienes y le pidió al Senado que le quitara los fueros para detenerla.

De los últimos años, un caso que lo marcó fue la investigación por la tragedia de Once, en la que murieron 51 personas. Bonadio se puso como objetivo instruirla lo más rápido que le fuera posible y la elevó a juicio antes de que se cumpliera el primer aniversario. Decía que era una de esas causas que si se dilatan, se llevan puesto al juez, como le había pasado a Juan José Galeano en la causa AMIA.

“Todo pasa. Todo vuelve”, dice el cartel que tenía sobre su escritorio, en su despacho, que daba a Comodoro Py y de fondo, al río. Una oficina siempre atestada de cosas; llena de libros, recortes y expedientes apilados, donde sonaba radio Mitre todas las mañanas. “Quédese tranquilo. Yo no llegué por concurso”, era otra de las leyendas que recibían a quien llegara a su escritorio, tallada en una chapa de bronce. Estaba firmada “GM”, por el exfiscal de Cámara Germán Moldes, el autor intelectual de la frase, que la puso en su escritorio cuando se conocieron las primeras denuncias de trampas en los concursos del Consejo de la Magistratura. Moldes y Bonadio, los dos de pasado peronista, eran amigos desde hacía más de 30 años, cuando militaban juntos.

Entre el despacho de Bonadio y el pasillo, estaba el escritorio de Mónica, su secretaria, que fue su persona de confianza durante 30 años y ayer atendía el teléfono del juzgado destrozada. Ella fue la intermediaria de todas las llamadas que recibió el juez en las últimas semanas, cuando ya estaba muy mal de salud. El año pasado le habían sacado un tumor de la cabeza. Hasta diciembre siguió yendo a trabajar. Se tomó la feria de enero y la semana pasada Mónica hizo los trámites para extenderle la licencia por vacaciones no gozadas. No querían hacer pública la gravedad de su estado.

Separado desde hace más de 20 años, vivía solo en un departamento en Belgrano. Tenía un hijo, Mariano, que se dedica a la música y tiene un estudio de grabación, y un nieto. El 1° de febrero había cumplido 64 años.

(De La Nación)

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