Varias columnas de humo se levantaban en los alrededores de la Casa Blanca cuando se activó el toque de queda, desoído por cientos de manifestantes
Las pacíficas manifestaciones de la tarde en memoria de George Floyd y otras víctimas de la brutalidad policial dieron paso, al caer la noche, a los episodios de violencia más graves registrados en décadas en Washington. “Sin justicia, no hay paz”, gritaban los manifestantes, que hicieron buenas literalmente sus advertencias durante una nueva noche de fuego y furia.
A las once de la noche, la Casa Blanca apagó sus luces exteriores. De mirar por la ventana, el presidente Donald Trump habría podido ver varias columnas de humo en los alrededores de su residencia. Según Fox News y The New York Times, el presidente fue trasladado durante una hora al búnker del recinto presidencial el viernes por la noche, cuando se registraron los primeros disturbios. Desde entonces, la situación sólo se ha agravado.
El toque de queda decretado ayer por la alcaldesa de Washington, la demócrata Muriel Bowser, entró en vigor con cientos de personas en las calles, coches, banderas americanas y mobiliario urbano ardiendo, fachadas destrozadas… La histórica iglesia de Saint John, lugar de culto de washingtonianos y presidentes de Estados Unidos desde 1815, fue presa de las llamas a partir de un incendio provocado en su sótano que pudo ser sofocado por los bomberos antes de causar daños de calado.
Además de botellines de agua, bengalas y piedras, ya a las siete de la tarde empezaron a volar conos de tráfico, botellas de gas y patinetes, ataques intermitentes a los que la policía respondió de inmediato con pelotas de goma y gases irritantes para tratar de sacar a los manifestantes del parque de Lafayette y, conforme avanzaba la noche, de las calles adyacentes. También en las inmediaciones del Monumento a Lincoln, uno de los muchos memoriales nacionales cubiertos por la ciudad cubiertos por graffiti, donde al atardecer se celebró una vigilia pacífica en memoria de Floyd hubo choques entre policía y manifestantes.
Son las dos caras de esta ola de cólera y frustración que ha provocado protestas en 75 ciudades de Estados Unidos en plena pandemia del coronavirus, una amenaza de repente olvidada. El objetivo de los manifestantes en Washington anoche parecía ser más causar daños materiales que provocar a los agentes de la policía local, que desde la medianoche contaron con el apoyo de la Guardia Nacional, una fuerza de reserva del ejército.
Los tumultos se solaparon con nuevos episodios de pillaje. Los saqueos y actos de vandalismo que el fin de semana devastaron varias calles del centro y del histórico barrio de Georgetown se extendieron por primera vez al norte de la ciudad, al barrio de Friendship Heights, en la frontera con Maryland. Los helicópteros seguían sobrevolando la ciudad hasta bien entrada la noche mientras la policía local trataba de hacer valer el toque de queda.
La Vanguardia