El Gobierno juega sus últimas fichas a que el FMI adelante los desembolsos de todo 2023 para engrosar reservas. De dudosa aprobación, esta decisión no modificaría de manera sustancial las exiguas reservas del Banco Central. “Las matemáticas no mienten”, dice el autor.
Argentina, 1985. El año del juicio a las juntas, el nombre de una película, sí, pero también el momento y el lugar de la asunción de Juan Sourrouille en el ministerio de economía de la nación. Probablemente la suya sea la gestión de la que más información tenemos gracias a la detallada crónica de Juan Carlos Torre en su ya célebre “Diario de una temporada en el quinto piso”. No hace falta leer la obra para saber que la historia económica de esa gestión y de todo el gobierno de Alfonsín tuvo al Fondo Monetario como amo y señor del futuro y el porvenir del país, de las negociaciones, de los pedidos de excepciones, de fondos frescos, de permisos para tomar determinadas políticas.
La acelerada descomposición de la economía argentina de las últimas semanas vuelve a colocar en primera plana el arribo de una delegación ministerial a Washington, donde se negociarían las nuevas condiciones entre nuestro país y su principal acreedor. Pasan los años, pasan los gobiernos, pero el FMI continúa como el gran árbitro de la política argentina. El día de la marmota también se repite como farsa.
El Gobierno se juega sus últimas fichas –y ata sus remotas chances electorales- al adelanto de los desembolsos de todo 2023 -unos 10.800 millones de dólares- para engrosar reservas y con ello hacer frente a la volatilidad cambiaria. Aunque en época de guerra cualquier agujero es trinchera, es evidente que esta medida de dudosa aprobación no modificaría de manera contundente las exiguas reservas del Banco Central. Las matemáticas no mienten, Argentina afronta vencimientos con el FMI por 12.800 millones de dólares hasta fin de año y, de no renegociarse esos pagos, el adelanto sería fuego de bajo calibre y por poco tiempo para el BCRA.
En este contexto es entendible el anuncio con bombos y platillos de que se podrá comerciar apenas el 0,5% del intercambio exterior en yuanes o la necesidad de dejar correr la hipótesis de un posible préstamo del banco de los BRICS. Es que una gestión económica que vive de potencialidades, se enfrenta a un problema real, concreto y urgente. Las reservas brutas se encuentran en el nivel más bajo desde el 2016 y las reservas netas, según distintas estimaciones operan en niveles negativos. Una de las más importantes consultoras del mercado, 1816, afirma que “la cantidad de dólares que podrá usar el BCRA para intervenir en el MULC dependerá de la tranquilidad o el nerviosismo de quienes tienen depósitos en dólares y, vía encajes, son los acreedores del Central”.
En jaque
Es lógico, entonces, que el aumento intempestivo del dólar de las últimas dos semanas pusieran en jaque las chances de Sergio Massa de ser encumbrado como candidato a presidente. Especialmente luego del fracaso del dólar soja 3, que aparece como menos atractivo para los productores luego de corrida. El único activo del que todavía se valía Massa era el acompañamiento de los mercados y, junto con eso, de cierta tranquilidad cambiaria desde su llegada. Según él, esta sería la prueba del apoyo del establishment al “bombero que llegó en el peor momento del incendio” como se quiere vender el ex intendente de Tigre. Sin embargo, la falta de dólares es inmune a cualquier campaña publicitaria y la corrida de los últimos días fue la manifestación de que el alambre que ataba el armado oficialista se está erosionando.
Es que el ministro que rápidamente perdió el mote de “súper”, incumplió con creces su promesas que le colocaban el traje de candidato: controlar la inflación, hacer que el índice de abril empezara con 3 y que las familias más vulnerables recuperaran algo del poder de compra perdido no ya con Macri, sino con su propio gobierno.
Para sorpresa de nadie, el INDEC se encargó de mostrar el fracaso en toda línea, tanto en materia inflacionaria como también en el aumento de los índices de pobreza a partir de una canasta básica que aumentó más que la media de los precios y superó holgadamente el crecimiento de los ingresos.
Volviendo a Washington y más allá de la (in)eficiencia de la medida, el Fondo pide lo mismo de siempre: reducción de subsidios para achicar el déficit fiscal, devaluación y tasas de interés reales positivas. Como dijo en su momento su directora frente al cambio de los interlocutores argentinos: “tres ministros, un programa”. La diferencia es que Massa está haciendo los deberes de manera mucho más decidida que sus antecesores, de ahí el anuncio de un nuevo aumento de tarifas, una depreciación del tipo de cambio oficial que anualizado supera el 110% y el segundo aumento de la tasa de interés en menos de quince días, le dan material para tener al Fondo de su lado.
Todo a Massa
Junto con la cúpula del organismo y sus eternos contactos en la política norteamericana, el apoyo unánime de La Cámpora y el kirchnerismo a la tarea del ministro es quizás la herramienta clave con la que no contaron Guzmán ni Batakis en su efímero interinato. El sustento político de CFK al tigrense en su último discurso da cuenta de que todos los caminos conducen a Massa, aunque descubra que el acuerdo con el FMI es inflacionario, algo evidente al calor de los tarifazos, la devaluación y el encarecimiento del crédito.
Tampoco propone nada distinto la oposición, artífice común del delicado momento que atraviesan economía y los pesificados de siempre. Los economistas de juntos no ofrecen un plan alternativo al encarado el peronismo, más que ponderar su de credibilidad y confianza. Ocurre que, con independencia de lo que opinen los acreedores y el Llao Llao, la bancarrota en que terminó el gobierno de Macri todavía está fresca en la memoria popular. La población trabajadora rechaza ser nuevamente ajustada luego de seis años consecutivos de caída del salario real.
Por su parte, la dolarización mileista atrae por desconocimiento, por bronca y por padecimiento pero es tan dañina como fantasiosa e implicaría llevar las condiciones de vida de los trabajadores al peor de los mundos, algo irrealizable tanto por su peso real como por el costo social que implicaría. Cuarenta años después del regreso de la democracia el consenso sobre el sistema aparece en sus falencias, sus fracasos, sus deudas y los actores que se repiten. Son ellos los que explican el ascenso de un hombre cuya mayor virtud es estar enojado.
Argentina 1985 fue el año del juicio a las juntas y el nombre de la película, sí, también el momento y el lugar en que se lanzó, unos meses luego de la asunción de Sourrouille, la canción que da título a este artículo. Y, hay que decirlo, el infierno no está encantador.
CC/ElDiarioAR