Tensión de intereses entre los del empresario y los del político. El primero, cultor casi forzado de la discreción y la prudencia para sobrevivir en un ecosistema, el de la opinión pública, que le es particularmente hostil en la Argentina. El segundo, al contrario, se afana en que cada palabra suya, cada gesto, cada imagen, alcance la mayor difusión posible. Sobre todo, en estos tiempos de reinado, casi dictadura, de las redes.
Algo de eso se experimentó la semana pasada, en el Llao Llao de Bariloche. El Foro que tuvo entre el lunes y el miércoles su octava edición a orillas de los lagos Nahuel Huapi y Moreno, encontró en 2023 una exposición inédita. Dada, por un lado, por la evolución natural del evento, que congrega a los 140 dueños y CEO de las empresas más importantes del país. Pero, por otro, por el continuo desfile de todos los candidatos (opositores) a sentarse en el sillón que, ahora con certeza, por probabilidades políticas y, ya, también, voluntad propia, dejará Alberto Fernández.
Por supuesto, si fuera por el político (o sus equipos de difusión), todos fueron el más aplaudido, el más votado o el más respaldado por los anfitriones. Hasta resultados distintos -para una misma encuesta- llegaron a los WhatsApp de los periodistas. Al menos, en la que accedió este cronista, hubo ventaja de Patricia Bullrich por sobre Horacio Rodríguez Larreta, cabeza a cabeza que, prácticamente, monopolizó la pesquisa. Lejos, por mucho, quedaron Javier Milei, María Eugenia Vidal y Gerardo Morales.
Coincide con las percepciones oídas en los pasillos. Sorprendió a varios la solidez con la que se plantó Bullrich, con propuestas concretas y, sobre todo, vocación firme de dejar de ser la Piba para ungirse en Dama de Hierro.
Rodríguez Larreta, que se propuso “liderar la generación del ’23”, para que “sea reconocida por los libros de historia”; explicó “lo que voy a hacer” y arengó a que los empresarios “no compren” o “no sean cómplices” de “eslóganes”, “salidas fáciles” o “soluciones mágicas”.
El Jefe de Gobierno porteño reforzó su vocación de diálogo, prejuzgada como tendencia al “acuerdismo” por varios de los presentes. Enumeró los títulos de su mentado “plan integral”, un discurso que supo tocar la tecla de la música que cada uno quiso escuchar. Se plantó como presidente; habló como candidato.
De Vidal, se rescataron sus buenas intenciones y, fundamentalmente, su claridad conceptual. No despejó incógnitas sobre sus chances, más allá de algunos guiños acerca de su candidatura (en público, dice que lo decidirá en los próximos días).
Perjudicado por un avión que no llegó a tiempo, Morales tuvo, de todas formas, su oportunidad a la mañana siguiente, durante el desayuno del miércoles. Intentó convencer con las virtudes del modelo jujeño a un público prejuicioso con las creencias económicas del dogma radical.
Capítulo aparte fue la ponencia de Javier Milei. Su participación fue un torbellino de selfies (inevitables) y curiosidad acerca de sus propuestas. Oyó preguntas, dio respuestas, argumentó con ecuaciones y citó teorías, no necesariamente, de la forma en la que las aprendieron -o interpretan- varios de sus oyentes. El Libertario tampoco evacuó todas las dudas, en especial, sobre su plan de dolarización y su viabilidad, más allá de los fundamentos técnicos. La idea tenía un atractivo adicional, en horas en las que la escapada del blue aguzó el ingenio popular para encontrar denominaciones musicales o futboleras a las nuevas cotizaciones que se ven hoy en las pizarras.
El Cronista