Referentas de estos espacios esenciales en los barrios vulnerables relatan el momento crítico que viven ante la falta de envíos de mercadería de Nación, mientras crece la demanda. El caso del “fantasma” que no lo es.
Mónica Giménez es referenta del comedor La Tomasita, que funciona en José León Suárez. En 2017 se transformó en espacio de apoyo escolar, panadería y comedor que hoy alimenta, al menos, a 168 vecinos y vecinas. Desde las 8 de la mañana, unas 60 mujeres se ocupan de las tareas. La comida se reparte los lunes, miércoles y viernes: no les alcanza para hacerlo todos los días. Los sábados hay merienda para que las niñeces lleven algo a la panza los fines de semana. Solo dos palabras pueden definirlo: amor y compromiso.
En febrero, el comedor fue auditado por el Ministerio de Capital Humano, que visitó las cocinas. Toda información que pidieron se la otorgaron. Pero tres meses después, no solo no le entregan ni un gramo de los 6 millones de kilos de mercadería que Nación retiene en los galpones, sino que además, La Tomasita fue señalado como comedor “fantasma”, uno de los 1201 que integra el listado filtrado a la prensa por Capital Humano. “Nosotros funcionamos solo con los alimentos que recibimos del municipio. Capital Humano nos visitó, estábamos cocinando cuando vinieron”, relata Mónica.
La Tomasita atraviesa las mismas dificultades que los demás comedores populares ante el desfinanciamiento, con el agravante de una persecución que lo señala como fraudulento aún cuando el Estado comprobó que el espacio existe y funciona. De aquella auditoría, Mónica obtuvo el contacto de los funcionarios a quienes ya reclamó por las falsedades que difundieron. Sin embargo, a la fecha no hubo ningún tipo de rectificación. Ni siquiera una disculpa.
La denuncia de La Tomasita pone un manto de sospecha sobre la veracidad del listado que el gobierno difundió como comedores fraudulentos. Tampoco la situación general de los comedores no denunciados mejoró. La Justicia ordenó un plan de entrega de la mercadería retenida y la cartera de Sandra Pettovello optó por despegarse de cualquier responsabilidad. Todo recayó en Pablo De La Torre, secretario de Niñez y Familia.
Tristeza en el corazón
“Estuvimos participando de todas las movilizaciones de los comedores, creemos que es necesario salir a la calle, para visibilizar esta situación. Es muy grave lo que está haciendo el gobierno. Tiene mercadería que se está por vencer y no le importa nada”, denuncia a Tiempo Zulma Monges, referenta de Utep, a cargo del comedor “Vivan los Sueños Felices” del barrio Costa Esperanza, San Martín.
En este partido ya asisten más de 28.000 personas a comedores y merenderos: la demanda creció 30% desde marzo. “Pero tuvimos que reducir la comida de 5 a 3 días por semana, solo tenemos los lunes, miércoles y viernes a la noche”, se lamenta. Los martes y jueves hacen meriendas para las infancias que asisten al apoyo escolar. En el espacio también hay talleres para adultos mayores.
El comedor de Costa Esperanza alimenta a 392 personas. En diciembre eran 280. “La falta de mercadería de Nación implicó reducir la comida a menos días a la semana, organizar día a día esa comida en función de lo que tenemos y si recibimos o no alguna donación; hay semanas enteras en que solo podemos hacer guiso porque no llegamos”, expresa.
La ausencia del Estado nacional se trata de suplir con rifas, donaciones y lo que se consigue del municipio y la provincia. “Asistimos a familias enteras, pero en lo últimos meses vemos muchos adultos mayores que vienen a buscar la comida”, comenta.
Cerrar por no tener con qué
Hay algunos proyectos que se quedaron con los sueños truncos. Es el caso del comedor Los sueños de Salazar María que funcionó en una casa del barrio Lanzoni. Lorena Gómez cuenta que, junto a 9 compañeras y compañeros tuvieron que cerrar el espacio que funcionó menos de un año ya que no encontraron cómo reemplazar la mercadería que Nación dejó de repartir.
“Como no entregan los alimentos se quedaron 85 chicos sin comer, sin tomar su merienda, porque yo lo que hacía era merienda y cena, y la verdad que la situación está muy complicada” asegura Gómez a este diario.
“Con la tristeza en el corazón nos tocó cerrar nuestro comedor y merendero, poníamos plata de nuestro bolsillo pero ya no lo podemos hacer a pulmón, es la realidad que estamos viviendo en nuestro país y en nuestros barrios. Nosotros también la pasamos mal, pero hay que seguir y salir a la lucha para que nos den los alimentos, que nos vuelvan a bajar las cosas como corresponde, y alimentar a estos chicos y a estas familias”, enfatiza. Lorena recuerda que hacía cuatro ollas de mate cocido con leche para las niñas y niños del barrio, y todos repetían la merienda porque después, cena no había.
Desde el comedor también se ocupaban de repartir raciones a personas que no podían salir de sus casas por alguna enfermedad o discapacidad. “Alguien nos tiene que escuchar, no somos fantasmas –concluye–, los fantasmas son ellos que tienen mercadería guardada y dicen que no hay”. «
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