MIREN LO QUE HACE, NO MIREN LO QUE DICE

Hoy se cumple un año de la victoria de Javier Milei en el ballotage presidencial. Más allá de las discrepancias públicas que tenemos sobre si cumplió con sus promesas electorales, algo que resultó como lo esperábamos fue su política hacia los medios de comunicación. El presidente, sostenido por sus logros macroeconómicos, consolida la única mirada que tiene hacia la prensa o la política: empleado o enemigo. Por eso, insistimos, hacer periodismo es más importante que nunca. Y por eso, también, te pedimos que te sumes a nuestro círculo de Mejores amigos. Tu apoyo nos permite trabajar con libertad en un contexto cada día más complejo.

La semana del Gobierno se desarrolló al ritmo de la política internacional y exterior que opacó dos hitos a los que habría que prestar atención. La presentación de la Fundación Faro –una suerte de think tank oficialista dirigido por el divulgador ultraderechista Agustín Laje– y la primera exhibición –entre una escenografía deliberadamente grotesca que rememoraba el Imperio Romano y obtuvo del progresismo la reacción que los organizadores fueron a buscar– de la agrupación “Las Fuerzas del Cielo” en San Miguel, en pleno conurbano bonaerense.

Mientras la cena de Faro sirvió para mostrar el nivel y variedad de apoyos y presencias empresariales en el evento inaugural, el lanzamiento del sábado trascendió por la frase de Daniel Parisini –aka el Gordo Dan– que habló del “brazo armado” de La Libertad Avanza, luego corregido por Agustín Romo que aclaró la torpeza de su amigo y dijo que se refería “al arma más poderosa de todas: el celular”. Simpático.

El acto del sábado se entiende mejor prestando menos atención al líder de las fallidas milicias digitales que a quien fue el hilo conductor de ambos eventos. Como director de la Fundación, Laje fue el único orador en acompañar al presidente en la presentación y repitió el sábado como principal expositor. Laje traza un mundo dividido expresamente –al igual que la organización Tupac Amaru liderada por Milagro Sala– entre buenos y malos, y recupera el lenguaje de las derechas en tiempos de Guerra Fría. Mucho más que Milei, cuya prioridad son las cuestiones económicas, Laje es un guerrero de las mil batallas culturales.

Obsesionado hace años con generar una reacción derechista de lo que entiende como una hegemonía de izquierda en las instituciones y la cultura –que busca replicar con sentido opuesto–, Laje es el autor intelectual de la idea que presentó el presidente en la gala fundacional, donde impulsó la necesidad de ser “Gramsci de derecha”, un proyecto de reconfiguración radical que excede en mucho la agenda liberal en lo económico del Gobierno argentino. La ambición refundacional propulsada por Laje –que no se detiene en alejar al Estado de la vida de los argentinos sino que pretende reformar costumbres y preferencias– es inseparable de un enfoque autoritario, de reconfiguración vertical desde el estado central de la institucionalidad y cultura democráticas. El desinterés oficial por las formas republicanas no es apenas una cuestión de estrategia pragmática de construcción de poder sino que es inseparable de la concepción política del espacio. Son repetidos los testimonios en el círculo presidencial que ubican a Laje como el preferido de Milei para sucederlo.

Esta mirada permite entender un poco mejor los planteos “soberanistas” de Argentina en espacios multilaterales como la Asamblea de Naciones Unidas, la Conferencia de Partes en materia climática o la reunión del G-20 en Río de Janeiro. La posición del gobierno de Milei frente al multilateralismo aparece diametralmente opuesta a la de, por ejemplo, Mauricio Macri, que intentó presentar al país como un miembro confiable y colaborativo de la comunidad internacional. El perfil del presidente, que se ve a sí mismo como un revolucionario global cuyas ideas expresan la vanguardia de la civilización occidental jamás se permitiría una postura así de conformista.

Bajo su dirección, Argentina rompió con sus tradiciones y su previsibilidad diplomática y dio la nota en votaciones en las que en soledad –o casi– se opuso a principios amplios como la eliminación de la violencia contra la mujer o la defensa de los derechos de los pueblos indígenas. Argentina también retiró la delegación de la Conferencia de Partes que discute la implementación del Acuerdo de París, que persigue la reducción de emisiones contaminantes. En todas estas instancias, el país se desligó incluso de los Estados Unidos e Israel, sus alineamientos declamados, aunque posiblemente las posiciones orientadas por el Gobierno aparezcan menos aisladas luego de enero, cuando asuma Donald Trump, cuyas posturas en relación al multilateralismo son acaso más refractarias incluso que las del propio presidente argentino.

Hasta ese momento, la acumulación política presidencial de cara a objetivos blandos como los de la Agenda 2030 tienen como contracara reveses y costos diplomáticos innecesarios que podrían incluso tener consecuencias en cuestiones sensibles. Los reclamos europeos en la negociación con el Mercosur, sin ir más lejos, ponen el foco en la cuestión ambiental donde Argentina no sólo no da respuestas sino que la desconoce activamente.

La Declaración Final de los líderes G-20 puso en evidencia los límites de la estrategia oficial de rechazo de la agenda multilateral. A pesar de los enérgicos comentarios de la Oficina del Presidente de la Nación, la declaración unilateral de manifestación de diferencias con la oficial fue inconsecuente. El gobierno terminó suscribiendo en su totalidad lo acordado por los demás integrantes. El G-20, a diferencia de la Asamblea de Naciones Unidas, es un foro, y se conduce por consenso. No hay posibilidades de gestualidad inconsecuente y, después de horas de tensas negociaciones, primó el pragmatismo. Argentina podría, teóricamente, haber intentado bloquear la declaración, pero hubiera evidenciado su debilidad, aislamiento y falta de peso específico. El comunicado de la Oficina del Presidente es un intento de enmascarar lo que es a todas luces un hociqueo en los altares del pragmatismo. Milei terminó suscribiendo incluso a la Alianza contra el Hambre y la Pobreza impulsada por Lula da Silva, escondido tras una innecesaria profesión de fe capitalista. Hoy, una chiquilinada que, en algunos meses, podría verse como una inversión frente a la política exterior de Trump.

Si la agenda multilateral evidenció los problemas de la estrategia argentina y las contradicciones entre las preferencias presidenciales y los intereses del país, hay que señalar también que a nivel de encuentros bilaterales la semana fue dulce para Milei. Jorge Liotti informó que, más allá de la foto y los elogios de rigor, el encuentro con Donald Trump en Mar-a-Lago incluyó una audiencia reservada que se extendió por 45 minutos, en lo que fue la primera reunión del presidente electo con un jefe de estado extranjero. Anfitrión de Milei tres veces desde la asunción y factótum, protagonista y financista en la campaña republicana, Elon Musk es un nexo oficioso entre ambos líderes y es responsable, además, de acercar la agenda de Trump a la que en Argentina lleva adelante Milei, supervisando los horizontes de desregulación y recortes presupuestarios en el seno del gobierno federal. Es de esperar que la relación gane en intensidad tras la asunción, aunque aparezcan a priori altamente improbables las hipótesis sobre un eventual acuerdo de libre comercio, que se convirtió en mancha venenosa en las oficinas políticas estadounidenses.

El sendero comercial y económico, en cambio, oficia de motor para el acercamiento con China. El presidente tendrá hoy por la mañana su primer encuentro bilateral con Xi Jinping. El enfoque sobre la relación con China cambió radicalmente desde la campaña cuando hablaba de “no hacer pactos con comunistas” hasta este último miércoles cuando en una entrevista antes de partir hacia Mar-a-Lago igualó la posibilidad de avanzar en negociaciones comerciales con el gigante asiático a la misma altura de la posibilidad de hacerlo con los Estados Unidos –aunque seguramente sepa el presidente que cualquier eventual acuerdo comercial violentaría la normativa vigente a nivel Mercosur, a menos que se hiciera de forma conjunta con los socios, y podría amenazar la continuidad del bloque. La reunión versará sobre la agenda de inversión y cooperación vigentes, no sólo en materia financiera sino también de comercio y desarrollo de sectores estratégicos como el minero. El presidente completará así encuentros con Trump y Xi Jinping en una sola semana. ¿Será sostenible el equilibrio? Es una incógnita.

La agenda de reuniones bilaterales se completa con los encuentros con los líderes de India, Narendra Modi, y, en Argentina, con el francés Emmanuel Macron y la italiana Giorgia Meloni, los principales líderes europeos por peso político tras la caída del gobierno de Olaf Scholz en Alemania. También se verá con la titular del Fondo, Kristalina Georgieva y se reunió con el titular del Banco Mundial, Ajay Banga. Un balance de viaje positivo que, sin embargo, escenificó con claridad las distancias con el anfitrión, Lula da Silva, que lidera al principal socio estratégico y comercial de la Argentina. La frialdad en el cruce formal entre Milei y Lula muestran un cisma que no sólo no da muestra de ceder, sino que podría agravarse.

Los cuestionamientos de Argentina a los esfuerzos multilaterales en materia de ambiente y lucha contra la pobreza y las desigualdades ponen al gobierno en conflicto directo con las prioridades globales de Lula, mientras a nivel comercial reaparece la preocupación por lo que serían un posible intento del Gobierno argentino de emular al de Lacalle Pou en Uruguay e impulsar la destrucción del Mercosur y su reemplazo por una zona de libre comercio. El pragmatismo, allí, no resistiría la realidad. Brasil es quien sostiene el status quo y una salida del bloque no significaría un regreso del libre comercio sino la reimposición de aranceles en nuestra economía, lo que afectaría severamente la competitividad argentina.

Lejos de la fricción personal entre los presidentes y sus políticas exteriores, sin embargo, la bilateral con Brasil encuentra dónde fortalecerse de la mano de los intereses compartidos en materia energética. El ministro de Economía, Luis Caputo, y su par de Minas y Energía brasileño, Alexandre Silveira, firmaron –tal como se adelantó la semana pasada– un compromiso para el desarrollo de infraestructura necesaria para la llegada del gas de Vaca Muerta a la industria y hasta los hogares brasileños. Argentina se privó de participar del encuentro regional que llevaron adelante el propio Lula, Gustavo Petro, Claudia Scheimbaum y Gabriel Boric, pero logró avanzar en la cuestión prioritaria para sus intereses. La inflexibilidad política tiene en este caso un costo para la relación con nuestro socio, pero parece hasta el momento acotado y reversible.

Se traza así un esquema que privilegia la sociedad con los Estados Unidos, valora a China en lo económico y comercial y que favorece intereses objetivos y actores técnicos a la hora de acercarse a Brasil. El pragmatismo de la diplomacia a nivel de relaciones bilaterales –aunque no a nivel multilateral– replica un señalamiento que –disculpas por la autorreferencia– realicé respecto de la política económica y que motivó un enojado cuestionamiento presidencial a través de un tuit. Con cierta pericia, el Gobierno viene ejecutando un programa más parecido al que Sergio Massa compartía con quienes indagaban en sus planes más allá de las promesas de campaña que con el que el propio Milei adelantaba públicamente durante la campaña y, muy particularmente, tras ganar las PASO.

Lejos de una salida rápida de las restricciones cambiarias, el actual programa de ajuste fiscal convive no sólo con el mantenimiento del cepo sino con mecanismos de control del valor de los dólares paralelos y represión de las tasas de interés por parte del Banco Central que impulsa una política de fortalecimiento del peso frente al dólar, aunque el presidente había expresado que dicha moneda debía ser tratada como “excremento”. Lejos de eliminar o reducir los impuestos, el Gobierno los aumentó. El regreso de Ganancias, el aumento de la alícuota del impuesto PAIS y el intento de extender las retenciones al 100% de las exportaciones son elocuentes y contrastan con el programa irrealizable que impulsaba cuando adelantaba el nombramiento de Emilio Ocampo al frente del Banco Central, con una propuesta de rápida dolarización a partir de un endeudamiento de 30 mil millones de dólares de costo, de perspectiva totalmente incierta –que, en un reportaje, Milei se jactó de tener en su teléfono el compromiso de tal rescate. Mientras tanto, prometía cerrar las puertas a China –“no hago negocios con comunistas”– e incluso Brasil, con quienes las relaciones quedarían reservadas “al sector privado”. De aquellos barros, por fortuna, no quedan lodos, aunque el Gobierno se apreste a atribuir resultados a la asistencia celestial y no a haber aceptado modificar los aspectos más peligrosos de su propia agenda.

En el plano local, la batalla cultural y la narrativa antikirchnerista de las últimas semanas –con la jubilación de Cristina Kirchner o la eliminación de imágenes de Néstor Kirchner– tienen una explicación igual de práctica que en materia de política exterior. El Gobierno enviará hoy al Congreso un proyecto para eliminar las PASO y el financiamiento de los partidos políticos que provocará –fundamentalmente el primero– una enorme fricción con un PRO que le había pedido expresamente al Gobierno que eso no ocurriera porque lo llevaría –como se dijo la semana pasada– a mendigar espacios en las listas libertarias o ir a competir con el riesgo de la extinción.

El aliado circunstancial para el oficialismo podría ser el bloque de Unión por la Patria que, con Cristina como titular del PJ, podría tener menos incentivos para la competencia interna. Por ahora, solo una hipótesis oficial que podría replicar el peronismo en la provincia de Buenos Aires con el ropaje de “postergación” y los propios libertarios en la Ciudad de Buenos Aires aún a sabiendas de que no le dan los números. A nivel nacional, el PRO insistirá con el proyecto de ficha limpia que se tratará el miércoles. Tensión en puerta con el peronismo. ¿Bajará la sesión el oficialismo en un gesto al bloque del PJ? ¿O, en una acrobacia, sugerirá incorporarlo en la reforma completa?


Iván Schargrodsky | Cenital