Durante los cinco años que pasaron desde la muerte de Nisman pareciera muy poco lo que puede agregarse a lo ya dicho. Pero sí se puede intentar cierto ordenamiento de ideas a partir de la confrontación entre lo ya sabido y analizado, y los elementos tomados por el director Justin Webster para la realización del documental “Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía.”
Mientras el mundo observa con preocupación el escenario instalado por Donald Trump a partir del homicidio de un hombre fuerte de Irán, unos cuantos en la Argentina nos dispusimos a ver el documental sobre Alberto Nisman, en verdad atrapante por el material presentado en capítulos, con relatos de los mismos protagonistas de la historia.
El atentado a la sede de la AMIA, el pacto con Irán, la denuncia de Nisman contra Cristina Fernández de Kirchner (CFK) y la propia muerte del fiscal, son hechos producidos a lo largo de veinte años, que guardan una íntima relación no sólo con la política internacional, sino también con el funcionamiento del sistema judicial y la relación escabrosa entre ese sistema y la red mediática, la dirigencia política y, sobre todo, la fuerte presencia de los servicios de inteligencia. Durante los cinco años que pasaron desde la muerte de Nisman pareciera muy poco lo que puede agregarse a lo ya dicho. Pero sí se puede intentar cierto ordenamiento de ideas a partir de la confrontación entre lo ya sabido y analizado y los elementos tomados por el director Justin Webster.
En los primeros capítulos, Luis Moreno Ocampo recuerda el episodio que le costó a Gustavo Béliz su apartamiento del gobierno de Néstor Kirchner, su imputación en un juicio penal y su exilio en los EEUU. Béliz (hoy Secretario de Asuntos Estratégicos del gobierno de Alberto Fernández) siendo Ministro de Justicia propuso a Kirchner una transformación del sistema judicial que implicaba, entre otras cosas, licuar el poder de los jueces federales concentrado en el edificio de Comodoro Py, donde pisaban fuerte los servicios de inteligencia con sus operaciones mediáticas y políticas. Béliz quiso terminar con esa melange. Kirchner se mostró receptivo al principio pero luego congeló la idea. Béliz había exhibido por televisión una imagen del agente de inteligencia Antonio “jaimito” Stiuso, a quien el oficialismo de entonces decidió preservar, a la vez que requerir la renuncia de Béliz. Quien le pidió la renuncia fue nada menos que el hoy Presidente Alberto Fernández, quien, de alguna manera, le presentó sus disculpas al incorporarlo a su gabinete.
Béliz renunciado, imputado en un proceso penal por haber revelado la imagen de un hombre de la SIDE, y exiliado en EEUU, terminó siendo la contracara del espaldarazo que recibió Stiuso, quien en ese mismo año 2004 recibió el aval de Kirchner para secundar a Alberto Nisman al frente de la Fiscalía Especial para la causa AMIA. Durante los diez años que Nisman se dedicó a investigar el caso, Stiuso estuvo a su lado y fue quien le presentó cada una de las hipótesis y los posibles sospechosos.
Los relatos de los fiscales Gerardo Pollicita y Carlos Stornelli resultan de relieve porque conocieron bastante a Nisman, eran sus colegas y tenían trato personal. El primero dice que Nisman tenía una gran capacidad de liderazgo pero, a la vez, obedecía órdenes. El segundo dice que cuando se enteró de la denuncia contra CFK lo llamó preguntándole si estaba loco, a lo que Nisman respondió que no, que tenía pruebas. Le preguntó si Stiuso tenía algo que ver, Nisman lo negó. Stornelli le ofreció su ayuda en el análisis de esas pruebas y Nisman la aceptó diciéndole que le haría un back up con la documentación. Stornelli no dice si se le entregó el back up, porque tal circunstancia jamás sucedió.
La pregunta que Stornelli le hace a Nisman sobre la participación de Stiuso no es menor. Stornelli es un hombre de Comodoro Py, conocedor de los pasos que cada servicio de inteligencia ha dado en ese edificio durante los últimos veinticinco años, y, muy especialmente, aquellos que, con taco fuerte, dio el espía Stiuso, orfebre meticuloso de innumerables operaciones. El llamado de Stornelli se produjo entre el día en que Nisman presentó la denuncia -13 de enero de 2015- y su último día de vida -17 de enero de 2015-.
Ross Newland, de la CIA, define al entonces segundo jefe de contrainteligencia Stiuso como “Rasputín”, a quien todos temían (y temen) por sus “carpetazos”. Con él trabajaban conjuntamente y compartían objetivos, al igual que con Nisman, quien actuaba alineado a los intereses norteamericanos. Esta especie se difundió a través de los Wikileaks. Por eso es que Irán quedó en la mira de Nisman y Stiuso. No importan las pruebas reunidas en la investigación, sino que la investigación por uno de los actos criminales de mayor trascendencia internacional fuera utilizada según los intereses geopolíticos fijados por el Pentágono y el polo militar norteamericano, hoy nuevamente protagonista junto a Trump.
Tanto Stiuso como otro hombre de inteligencia, Carlos “moro” Rodríguez, aparecen en el documental sin esconder su animadversión hacia todo lo que represente el gobierno de CFK. Ambos se desempeñaron durante décadas en el pliegue más inmundo del sistema institucional argentino, el de los servicios de inteligencia. Stiuso ingresó con 18 años y no durante “la dictadura de los desaparecidos” como él mismo la llama, sino en la otra, en la anterior, a inicios de los setenta. Rodríguez, de inteligencia de la Fuerza Aérea, dice haber conocido a Nisman cuando éste se desempeñaba como secretario del Juzgado Federal de Morón, antes que Nisman y el entonces juez Gerardo Larrambebere tomaran el caso del intento de copamiento del Regimiento de la Tablada por parte de militantes del MTP, y no investigaran las torturas y los homicidios cometidos por el Ejército y la bonaerense de gente desarmada y fuera de combate. Una mancha que Nisman se llevó a la tumba y Larrambebere a su jugosa jubilación de magistrado (en su informe sobre el caso, la CIDH fue muy crítica sobre la actuación de esos funcionarios).
Otro punto que merece ser resaltado es la relación existente entre Nisman y Patricia Bullrich, Laura Alonso y Waldo Wolff, tres integrantes de Cambiemos que utilizaron la denuncia de Nisman contra CFK para hacer campaña electoral para beneficio de su candidato, Mauricio Macri. Luego utilizaron la muerte del fiscal con el mismo objetivo. Tanto fue así que Laura Alonso no se privó de relacionar de manera directa la muerte de Nisman -a la que calificó de homicidio- con el gobierno de CFK. Bullrich fue la que puso a disposición de Nisman una sala del Congreso para que difundiese su denuncia. Fueron decenas los llamados entre Nisman y los nombrados desde el momento en que se conoció la denuncia hasta el día de la muerte del fiscal. No asombra el trato amistoso entre Wolff y Nisman que se observa en el intercambio de mensajes por vía de wastap, como el mismo Wolff reconociera al ser entrevistado para el documental. Desde su rol de legislador e integrante de la DAIA (organización que debería dar mas de una explicación a los argentinos), fue uno de los mayores instigadores para que la causa por la denuncia de Nisman quedara en manos del juez Claudio Bonadío, luego que el juez Daniel Rafecas y el resto del andamiaje judicial resolviera su cierre. El objetivo era utilizar la denuncia de Nisman (como también su muerte y los muertos de la AMIA) para vapulear a CFK. Wolff comenta en el documental que uno de los últimos mensajes de Nisman fue un “ja ja ja”. Si bien no asombra ese trato confianzudo, resulta alarmante la doble vara que tienen algunos medios y los integrantes de Cambiemos. A Nisman jamás lo apodaron fiscal macrista, tal vez porque tanto Nisman como los políticos mencionados compartían objetivos con esos medios.
Hablando de medios, también deben resaltarse los contactos de Nisman con dos periodistas, uno de La Nación (Hernán Cappiello) y otra de Clarín (Natasha Nieweskiviat), quienes reconocieron a Justin Webster su interés por los detalles de la denuncia que Nisman formuló contra CFK. Porque, a no dudarlo, no hay mejor campaña electoral que aquella que cuenta con medios afines que se hagan eco de las operaciones propias.
Cuesta no indignarse al ver a Héctor Timerman, con su enfermedad avanzada, recordando las palabas del entonces secretario de la Interpol, Ronald Noble, a quien Bonadío no quiso oír, porque su relato refrendaría lo que dijo Timerman desde el primer día: la denuncia de Nisman es una mentira. Recuerdo que desde el programa radial que tuve junto a Félix Crous “Instinto de Conversación”, tratamos en su momento el pacto con Irán, porque, mas allá de los cuestionamientos que podían hacérsele, ese acuerdo significó la única acción que el poder ejecutivo -en los distintos y sucesivos gobiernos- realizó para destrabar la investigación por el crimen de la AMIA, que fue objeto de un entramado espurio para sostener el encubrimiento y la desviación de la atención hacia objetivos que jamás fueron los del reclamo de justicia de los argentinos.
Desconozco qué sucedió esa noche en el baño de Nisman, pero, como dijo el abogado Alejandro Rúa, su denuncia sólo se entiende y se completa con su muerte. Si se comienza desde ahí estaremos tomando el hilo de Ariadna.
(de La Tecla Eñe/Nuestras Voces)