Los grupos focales en barrios populares muestran una deriva preocupante: la polarización política se está tornando un odio capilar, que apunta hacia la propia sociedad. Urge desplegar estrategias de solidaridad por abajo y confrontación por arriba, para enfrentar al fascismo que está gestándose. En este artículo encontrarás algunas claves útiles.
La intolerancia y el sadismo brotan como plagas en la nueva era y nadie está exento. Sin embargo, la política tradicional no parece mirar más allá de frentes electorales, como si todos los males se resolvieran únicamente ganando votos. Por su parte, cientos de ONGs con buena voluntad organizan campañas para reforzar valores democráticos básicos que quedan encerrados entre convencidos.
Algo está pasando en las placas tectónicas de la sociedad, que requiere atención y una nueva experimentación política. Desde Disputar organizamos distintos grupos focales en barrios populares y nos encontramos con un panorama preocupante: los principales responsables del malestar ya no son los políticos sino quienes los votan, la percepción de la economía material está sesgada por la orientación política y se despliegan formas de sentir diferenciadas de acuerdo a ese sesgo.
Pero no todo fue malo: también encontramos algunas puntas para desarmar por abajo la espiral de odio y, tal vez, apuntar la flecha de la rabia en otra dirección. En este artículo se presentan las conclusiones del estudio y algunas hipótesis para salir de la encerrona a la que nos empuja la ultraderecha.
algo está pasando en las placas tectónicas de la sociedad, que requiere atención y una nueva experimentación política.
sentir la economía
Tenemos como costumbre dedicar el inicio de los grupos focales a una pregunta simple: “¿cómo están?”. Esta premisa metodológica nos permite llevar a cabo un estudio más abierto sin forzar opiniones políticas prematuras. Así detectamos a principios de 2023 el sentimiento de esperanza entre quienes eran afines a Milei. Esta vez encontramos que la respuesta está fuertemente atravesada por el sesgo político de los participantes.
Quienes se oponen al gobierno de Milei expresaban estar anímicamente muy mal. Las palabras más usadas fueron: preocupado, cansado, estresado, angustiado y con incertidumbre. En reiteradas ocasiones surgió que “la plata no alcanza” y desde un comienzo se hizo referencia a la situación económica y política. También aparecieron espontáneamente problemas nuevos como el desempleo.
En cambio, quienes votaron al actual presidente decían encontrarse mayoritariamente bien. Las palabras más usadas por este subconjunto fueron: bien, expectante, feliz, tranquilo. O, como mucho, evitaban contestar: “ni bien ni mal” dijo uno. Algunos expusieron situaciones de malestar, como enfermedades o peleas familiares. Pero la economía y la política prácticamente no aparecieron hasta que se preguntó específicamente por ellas. Y cuando se hicieron presentes las penurias económicas, sobre todo en las mujeres a cargo de hijos, estaban acompañados de una cierta paciencia que les permitía mantener la calma.
Vale aclarar que todos los entrevistados eran de un estrato socioeconómico bajo. Es decir, todos compartían problemas similares con la diferencia que algunos encontraban en esta crisis un callejón sin salida, lo cual los empujaba a un estado de desesperación, y otros tenían expectativa en que las cosas mejoren y por ende veían luz al final del túnel. En este segundo grupo las dificultades materiales se experimentaban como continuidad de un pasado que creían plausible mejorar.
Al escuchar una diferencia tan evidente en los modos de sentir, agregamos una pregunta sobre cómo percibían a su entorno. Específicamente si lo percibían similar o diferente a como se sentían ellos. Y aquí nos llevamos otra sorpresa. Quienes se oponen a Milei estaban convencidos de que todos estaban igual de mal que ellos. Incluso en varias ocasiones nombraban arrepentidos que ahora se encontraban en situaciones angustiantes. Para ellos el sufrimiento por la economía es algo generalizado. Aún más, advertían grados de violencia e intolerancia en la sociedad que les llamaban la atención. En cambio, entre quienes apoyan al presidente y dicen sentirse bien, el entorno se distingue de una manera diferente. Mencionan conflictos familiares, tensión y peleas con sus padres (sobre todo los votantes de Milei más jóvenes). Por momentos, esta diferencia emocional está asociada a razones psicológicas voluntaristas que los lleva a postular, por ejemplo, que la gente que está mal no sabe lidiar con las dificultades económicas o afectivas.
la culpa es de la gente
El punto no es que haya bronca. Sería más preocupante una sociedad mansa ante el constante deterioro de la vida en los últimos años. Lo que preocupa es hacia dónde se direcciona ese malestar. Cuando preguntamos por los responsables de la crisis, surgió algo que no habíamos visto antes: la respuesta más repetida fue la propia gente. Entre quienes son opositores, la respuesta más común fue “quienes votaron a Milei”. En el caso de las personas más afines al gobierno, el responsable más nombrado fue “la sociedad”, acompañado de una crítica a las personas que desde hace años toman decisiones que nos llevaron a este lugar.
Parece una sutileza, pero detrás de esa respuesta aparece el principal receptor de la bronca, lo cual opera sobre sus conductas posteriores. Así, quienes no votaron a Milei encontraban un goce casi sádico en el potencial sufrimiento de quienes sí lo hicieron. Esto no es tan llamativo para un usuario de Twitter (o “X” según Elon Musk). Basta abrir la red social y ver cómo se festeja cada vez que un votante de Milei sufre por no llegar a fin de mes. O cómo la base libertaria disfruta explícitamente de la represión a quienes se manifiestan en su contra. Lo que llama la atención es escucharlo de manera generalizada y con tanta liviandad en grupos de discusión menos politizados por fuera de esas redes.
cuando preguntamos por los responsables de la crisis, surgió algo que no habíamos visto antes: la respuesta más repetida fue la propia gente. entre quienes son opositores, la respuesta más común fue “quienes votaron a milei”. en el caso de las personas más afines al gobierno, el responsable más nombrado fue “la sociedad”.
Es lógico que quienes se oponen al Gobierno, al percibir su presente y su futuro destruidos por las políticas de Javier Milei, estén enojados e intolerantes con quienes son para ellos los culpables de su sufrimiento. En varias ocasiones aparecieron historias de alguien a quien advirtieron y no los escuchó; peor aún, todavía hoy con el diario del lunes sigue sin escuchar. También es entendible lo inverso: que quienes confían en este proyecto se enojen con los opositores, pues a su juicio están boicoteando su única esperanza de mejorar. Dicha adjudicación de responsabilidades es repetida una y otra vez por el vocero presidencial, su ecosistema de trolls, y por el propio Milei.
La pregunta es cómo se sale de esta encrucijada. Si el odio se vuelve capilar, si la persona que tengo a mi lado es un potencial enemigo con quien cada vez comparto menos valores, es difícil reconstruir la confianza en la institución democrática. Por eso, la solución no puede ser simplemente electoral. Porque, aún si se derrumbara el gobierno de Milei, hay pocos elementos para suponer que aquellos que depositaron su esperanza y terminaron decepcionados, en un clima de tanto odio y miseria, decidan simplemente cambiar de opinión. A su vez, toda campaña genérica por la construcción de valores democráticos que niegue los grados de radicalización del enfrentamiento político está condenada a flotar en el vacío.
solidaridad como perspectiva política
Es imposible reconstruir el eje vertical de la representación, si el plano horizontal de la comunidad está roto. Hay una pista que apareció en las conversaciones del estudio que estamos reseñando. La solidaridad aparece como un elemento central para volver a recuperar la fe en las personas. Ayudar al prójimo, incluso en esta Argentina distópica, está (casi) siempre bien visto y abre la escucha de otra manera. La idea de que el argentino es buena gente está instalada en el imaginario colectivo hace muchos años y este tipo de acciones evoca esa memoria que hoy está menos presente.
No es necesario ningún sondeo para saber que encontrarse en una acción solidaria con un otro, con sus carencias y emociones, es profundamente transformador. O para advertir lo importante que es sentirse acompañado en un momento de fragilidad. Como también es muy potente ser parte de una red comunitaria donde se construye colectivamente, en esta era del individuo desapegado.
La política representativa tiende a estigmatizar a la solidaridad como una herramienta meramente asistencialista, sin embargo en tiempos de deshumanización la perspectiva solidaria y el trabajo comunitario pueden hacer más por un horizonte social que cientos de discursos esgrimidos desde una banca.
La organización en los barrios, los clubes, las escuelas, los comedores, son la piedra angular para recrear los lazos sociales por abajo. No es casual que la batalla económica y cultural emprendida por el gobierno haga un gran esfuerzo por estigmatizar incluso a las mujeres que cocinan en los comedores.
humanizar y confrontar
Hay quienes observan la capilaridad del odio social y llegan a la conclusión de que es hora de bajar un cambio. Cortarla con la confrontación política. Este planteo tiene dos errores, según mi parecer. El primero es no tener en cuenta que estamos frente a una avanzada de la ultraderecha que nos obliga, queramos o no, a luchar aguerridamente en defensa de lo más básico. El segundo es estar demasiado cómodos en nuestras vidas con cierto estatus —entre universidades, despachos y consumos culturales— como para comprender la profundidad del deterioro de la calidad de vida de las grandes mayorías. Este sesgo puede impedirnos ver que perpetuar el estado de las cosas es simplemente rendirse y aceptar la deshumanización. Esto no solo es un error de proyecto estratégico sino también de lectura de la época, ¿quien puede sentirse representado por defender un status quo de miseria?
la solución no puede ser simplemente electoral. porque, aún si se derrumbara el gobierno de milei, hay pocos elementos para suponer que aquellos que depositaron su esperanza y terminaron decepcionados, en un clima de tanto odio y miseria, decidan simplemente cambiar de opinión.
La confrontación directa con el modelo de Javier Milei es necesaria y puede transformarse en un catalizador social si logra ser bien dirigida. Para quienes se sienten bajo asedio ver a alguien pelear por causas que consideran justas resulta reparador. Quizás ofrece un cauce político y democrático ante la angustia desmovilizadora. Y, con suerte, provoca algún tipo de esperanza colectiva. Hace varios años observamos en nuestros estudios que la victimización frente a los ataques de la ultraderecha no hace más que permitir su avance, fomentando un sujeto político vulnerable e inseguro que cada vez tiene menos herramientas para defenderse. A su vez, quienes sienten simpatía por el gobierno de Milei —sin ser su núcleo duro— parecieran abrir más la escucha a una confrontación sincera y auténtica, que ante propuestas que parecen salidas de un laboratorio.
La confrontación directa con el poder y la reconstrucción de lazos solidarios por abajo no son estrategias contrapuestas. Por el contrario, deben complementarse en una disputa clave por detener la avalancha fascista.
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