El juego al que apela la Casa Rosada no es “Dígalo con mímica”, pero un poco se le parece. El Gobierno se empeñó esta semana en mostrar señales sobre el rumbo que está dispuesto a emprender, aunque todavía no tenga un libreto escrito sobre cómo proceder. El ejemplo más directo fue la presentación del Presupuesto 2025 que hizo el domingo pasado Javier Milei. En sus 45 minutos de discurso, no habló de números. Sólo puso énfasis en la regla fiscal que le adicionó como “novedad”. De hecho, varios economistas repararon luego que el detalle del proyecto que entró al Congreso tenía varios números dudosos, en algún caso, o extremadamente optimistas, en otros. Esta praxis se repitió el jueves, cuando el Ejecutivo amenazó con privatizar Aerolíneas, o cuando celebró el superávit financiero de $ 3500 millones, una cifra mínima que solo demuestra la referencia del título: miren lo que hacemos, no lo que escribimos. El problema que enfrentan Milei y Luis Caputo es que los inversores no pueden basar sus decisiones en actos de fe o en pálpitos de que todo va a salir bien. Necesitan saber qué va a pasar con el cepo al dólar, cuándo habrá otro acuerdo con el FMI y qué cronograma tienen para aplicar la competencia de monedas. El equipo económico combate la tradicional ansiedad argentina con un paso a paso silencioso. Hasta el momento no le ha ido mal, pero ya sabemos: en este país la hinchada pide goles y todo pinta para ir a un alargue y penales.
Veamos las luces del semáforo:
La presentación del Presupuesto 2025 fue un acto político. Como señalamos en el envío de la semana pasada, la regla fiscal destinada a proteger el objetivo del déficit cero fue presentada como un avance sin precedentes. En los hechos, no es así: hay leyes que buscaron alcanzar un objetivo similar desde 1999 y nunca se cumplieron. Por esa misma razón, la fortaleza del proyecto que impulsó el Gobierno es también una potencial debilidad. Lo que debe conseguir ahora el oficialismo son los apoyos necesarios para votarlo, y avanzar en la normalización de la economía para garantizarse de esa forma la continuidad del respaldo social. Porque prometer a la sociedad que de ser necesario cortarán gastos indexados (salarios, jubilaciones) para sostener el pago de los intereses de la deuda es una promesa que suena bien para los inversores, pero es de difícil aplicación. Con recordar las consecuencias del déficit cero de Domingo Cavallo en 2001 alcanza.
¿Dónde está la señal positiva? El Gobierno quiere ratificar, una y otra vez, que nunca más va a recurrir a la creación de dinero para solventar gastos. Es el mantra de Milei y Caputo. Y el ejemplo de esa promesa fue el resultado fiscal de agosto, que derivó en el octavo mes consecutivo de superávit.
La recaudación impositiva de ese mes no había sido buena. La planilla mostró una caída de los ingresos de casi 14% en términos reales. Por esa razón, para equilibrar ese resultado se aplicó sobre el gasto primario un recorte real de 23,7%. Inversión de capital, transferencias a provincias, prestaciones sociales, giros a universidades: ningún renglón quedó a salvo de la tijera con tal de llegar a la meta.
El superávit financiero fue de $ 3500 millones, la nada misma si se toma en cuenta que el Tesoro destina más de 1 billón de pesos solo a financiar subsidios económicos. El mensaje es “no miren los números, miren lo que estamos dispuestos a hacer por ellos”.
Por esa razón, el ministro Caputo y sus asesores le restaron importancia a las proyecciones fiscales del Presupuesto 2025. Muchos consideraron poco consistentes sus datos de inflación/variación del tipo de cambio oficial, fijados en 18,3%, así como estimaciones de un aumento de 100% en el cobro de retenciones. “La base de comparación es baja”, dicen en Economía.
Más allá de estos puntos de vista, a la Argentina (como a todos los mercados emergentes) le vino bien la decisión de la Fed de aplicar una baja de la tasa de interés de 50 puntos básicos. Potenció la demanda de activos de riesgo y logró que el riesgo país se acerca a los 1300 puntos. El blanqueo de capitales promete buenos resultados, y de paso empuja a la baja a los dólares financieros. Con este clima benigno el Gobierno navegará las dos semanas que le quedan a septiembre. La semana que viene el Presidente y su ministro estrella asistirán a Nueva York, donde además de la participación de rigor en la asamblea de la ONU, podrán disfrutar una vez más el sorprendente nivel de atracción que despierta el mandatario argentino.
La promesa de hacer lo necesario para garantizar el déficit cero es, a nivel inversor, una señal positiva. Escribir inconsistencias en el Presupuesto, no tanto. Se supone que es un proyecto que se elaboró durante al menos dos meses, como para poner de justificativo que algunas estimaciones habían tomado como referencia datos de junio.
Ese argumento, por ejemplo, está presente para explicar el cálculo de inflación. El Gobierno aspiraba a navegar a un ritmo de 3% mensual en julio y arrancar con 2% agosto. Al no cumplirse ese supuesto, para que se cumpla la meta contemplada en el texto enviado al Congreso el IPC debería tener una variación mensual de 1,2% hasta diciembre y lograr un promedio de 1,4% en todo el 2025. Difícil.
Algo similar pasa con la variación del tipo de cambio, que debería ir paralela a la inflación. El Gobierno no puso sobre la mesa ninguna especulación sobre qué pasará con el cepo ni la competencia de monedas. Tampoco incluyó referencias al FMI, ni a un nuevo acuerdo. Solo estimó un superávit comercial similar al de este año, en torno a los u$s 20.000 millones, sin abundar en más precisiones.
Cuando los analistas se preguntan por qué entre los impuestos con los que se espera cumplir la meta fiscal del año próximo (sin impuesto PAIS, que desaparece en enero) aparece un aumento de 100% de las retenciones, surgen preguntas incómodas. La primera, es que no hay chance con ese número de pensar en una rebaja del impuesto que pesa sobre el campo. La segunda, es que los precios de la soja contemplan para el 2025 una caída de 10%. Sin nada que justifique un boom exportador (no hay menciones a Vaca Muerta), el sostén fiscal del déficit cero, eje del Presupuesto, resulte un tanto endeble.
¿Hay que preocuparse? En la mímica oficial, el Gobierno sostiene que no debe ponerse en duda la meta. En la práctica, asumen que van a pasar “cosas” de las que hoy no pueden hablar. Una de ellas es que en 2025 desaparece el dólar blend, lo que permitirá cobrar retenciones sobre el tipo de cambio pleno.
Pero si no hay más blend, hay que resolver un esquema cambiario nuevo. Eso va a suceder, pero tampoco se habla de eso. Para darse una idea, hoy el dólar soja vale $ 1013, lo mismo que el dólar oficial a fin de año. Si Economía consigue en diciembre comprimir la brecha a ese nivel, las condiciones para la ansiada unificación cambiaria podrían darse sin un impacto significativo en los precios.
Sin condiciones de rebajar retenciones, como revela el Presupuesto, para no ahogar al campo el momentum de levantar cepo y unificar sería cuando blend y oficial estén cerca. Si eso pasa finalmente, la inflación proyectada será otra, el dólar esperado también y la competencia de monedas estará al alcance de la mano.
Entre octubre y diciembre, habrá globos de ensayo. La utilización de los dólares blanqueados (podrán utilizarse haciendo compras con tarjeta de débito o transferencia desde las cuentas oficiales) obligará a los agentes económicos a formalizar facturas y contratos de venta en dólares. Como quedó a la vista, nada de esto está en el Presupuesto. Una vez más, “miren lo que hacemos, no lo que escribimos”.
El conflicto aeronáutico puede convertirse en un caso testigo problemático para el Gobierno. Hoy el costo político lo pagan los gremios, que han llegado al nivel nunca visto de aplicar un paro de 24 horas, generando caos entre los viajantes y pérdidas en el sector turístico.
La Casa Rosada quiere ir a fondo, y quebrar de una vez para siempre la resistencia de los sectores más duros, hoy nucleados detrás de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA), cuyo referente es Pablo Biró.
El camino de la desregulación le ofrecía chances de encuadrar la pulseada con menos riesgo. Abrir la competencia para los servicios de rampa es una buena forma inicial de moderar los reclamos de una empresa (la estatal Intercargo) que presionaba al 100% gracias a su carácter monopólico. El peligro está en que la batalla contra la casta aeronáutica ponga en riesgo la continuidad de la empresa o de parte de sus servicios. La conectividad con las provincias hoy es muy dependiente de Aerolíneas, y sus competidoras, más allá del interés eventual que pueden tener por sus activos o sus rutas, no tienen ni el capital ni la espalda financiera como para entrar al mercado en un escenario de conflicto.
En consecuencia, si para ganar la batalla hay que desarticular la aerolínea estatal (una hipótesis que empezó a barajar la Casa Rosada), el resultado puede ser menos favorables. Los indignados que votaron a Milei están aprovechando la baja del dólar para planificar vacaciones en el exterior. Eso significa que el Gobierno tiene no más de dos o tres meses para poner en caja este conflicto. Es una luz amarilla intensa, que puede convertirse en roja en cualquier momento.
El mismo resultado puede enfrentar con la pelea por los fondos universitarios, acotados en el Presupuesto 2025, y con una ley cuyo veto está en puerta.
El Cronista