LA PEOR HERENCIA

  • 4 Años ago

Por estos días, en las redes, entre tanto debate estéril, se ha instalado el de los créditos UVA. O mejor: el de los tomadores de esa suerte de engaña pichanga financiera que más se parece a un «cuento del tío» que a una verdadera solución para los miles y miles de argentinos que sueñan con la casa propia, en muchos casos malinterpretando el texto constitucional que garantiza el «acceso a una vivienda digna» pero nunca la «propiedad» (por algo, el artículo 14 bis lo incorporó la reforma de la Revolución Libertadora).

Lo interesante es que el debate más sangriento se ha instalado entre los habitantes de un solo lado de la grieta, la que podría englobarse en el dilatado y variopinto espacio de lo nacional y popular… ponele.

De este lado (lo escribo así para evitar cualquier confusión con el periodismo rúcula) se cruzan los que defienden el lamento de los deudores UVA -que se manifiestan engañados cual Blancanieves por su pérfida madrastra (papel que bien podría interpretar el econo-chanta Martín Tetaz)- y los que consideran que esos ahorristas, lejos de ser inocentes ciudadanos engatusados por la prédica cambiemita, son taimados votantes de Macri que, al más puro estilo Cristiano Ronaldo, jugaron, van perdiendo y se tiran en el área para que les cobren penal.

Lejos de intentar tallar en la discusión (tengo amigos de los dos lados de la disputa), quiero utilizar esta cuestión para revisar lo que, a mi juicio, es una herencia mucho peor que la económica o financiera y que es la profundización de las divisiones que viene padeciendo el pueblo argentino que, no sólo no van a licuarse en el gesto volitivo de algunos dirigentes que declaman venir a zurcir la grieta sino que, sencillamente, nunca van a resolverse.

Alejandro Grimson, en su libro Qué es el peronismo, advierte: «Si el adversario fuera parte constitutiva de una sociedad plural, la intensidad se daría en el terreno de la disputa política«. Esto, claro, luego de explicar cómo cada facción entiende que la solución del problema es «la extinción» del otro, cosa que nunca ocurrirá.

Este mecanismo, emplazado en nuestra cultura por lo menos desde la instalación de la disyuntiva Civilización y Barbarie y potenciado a partir de la aparición del peronismo, parece ahora recuperar vigor entre aquellos que, hasta no hace mucho, tirábamos del mismo carro. Un error. Y un horror.

Ojo, no quiero decir que no se pueda discrepar con las medidas del Gobierno, y, por lo tanto, con los compañeros que defienden a rajatabla todas y cada una de las acciones y/o omisiones del Presidente y su gabinete. Alberto mismo, en campaña, pedía que fuésemos «la conciencia crítica». Pero la hora amerita discusiones más substanciosas y nutritivas. Reflexiones y aportes. Disensos inteligentes. Y, sobre todo, cierto cuidado del estatus alcanzado luego de cuatro años de un gobierno posverdad-crático y con un entorno tan en crisis como existe en la región.

Las divisiones internas, las traiciones menores, las rencillas de alcoba y las agachadas módicas sirven, han servido y servirán para que nos devoren los de afuera. Nunca, tanto, como en los últimos años… Salvo en los que vienen.

(de Carlos Caramello/BAENegocios)

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