El plazo, forma y conveniencia del eventual acuerdo con el Fondo Monetario Internacional sigue siendo el principal ordenador de las discusiones políticas de fondo en Argentina. Si bien la directora gerente del organismo, Kristalina Georgieva, dijo públicamente que todavía es bastante lo que queda por acordar con las autoridades argentinas, cerca del Presidente argentino esperan poder aprobar antes de Navidad el presupuesto, instancia previa del plan plurianual que, para la mirada de las autoridades locales, será la base de la carta de intención que sustente el acuerdo. En ese escenario, el entendimiento con el Fondo podría materializarse, para los más optimistas, antes de fin de año.
No hay cálculos que contemplen un escenario de no acuerdo, como preferirían algunos sectores de peso relativo en el Frente de Todos. El motivo es sencillo: la alternativa es peor. Argentina debe enfrentar un escenario de escasez de divisas y no existe ningún actor interesado en aportarlas que, por el motivo que sea, no exija el acuerdo como condición necesaria. Ya sean acreedores institucionales, inversores o terceros países, todos mantienen el acuerdo como condición para seguir adelante con sus planes en relación a la Argentina. Un escenario financiero como el proyectado en ausencia de un acuerdo pondría al país en las puertas de lo desconocido en materia de inflación, ajuste del sector externo y valor del peso.
Entre quienes sostienen la posibilidad -y hasta la conveniencia de no acordar-, algunos enfatizan que, con o sin acuerdo, esta Argentina hiperendeudada no tendrá acceso al crédito internacional, por lo que el entendimiento sólo aportaría condicionamientos. Si bien esos planteos son necesarios desde el punto de vista político -para equilibrar un sentido común que se vuelca hacia la ortodoxia-, la hipótesis desconoce, además de las condiciones en que se activarían las escasas fuentes de divisas posibles para el país en el corto plazo, el cambio cualitativo que puede significar para Argentina -a nivel no solo económico sino también político- una eventual situación de incumplimiento. Que no haya antecedentes de países de ingresos medios que incumplieran con el organismo es una muestra elocuente de la significación política de dichas dificultades. Por otro lado, la apuesta a modificar alineamientos geopolíticos como forma de enfrentar problemas estructurales omite las pésimas experiencias de búsqueda de financistas alternativos en coyunturas críticas, como la que enfrentó Grecia hace seis años o la que siguió al desplome venezolano. Incluso en un marco de enfrentamiento directo con los Estados Unidos -donde podrían haber entrado en juego consideraciones de índole geopolítica- el gobierno de China con sus enormes empresas estatales se dedicó a reducir su exposición a los activos venezolanos al mismo tiempo que daba apoyo político a Nicolás Maduro. Es más: es el gigante asiático el que le exige a la Argentina un acuerdo con el Fondo para liberar el financiamiento de las represas como ya se contó en esta entrega.
Si no parece haber alternativa al acuerdo, se corre el riesgo de caer en la postura opuesta, que supone al mismo como una baza que acomodará las enormes dificultades que arrastra la economía local. Como sugirió Carlos Melconián y semantizó Emmanuel Agis, hay dos tipos de acuerdos con el Fondo: malos y muy malos. La búsqueda del gobierno es de los primeros. De ocurrir será una economía con los mismos problemas a la que se sumarán los condicionamientos que suelen traer aparejados los programas entre el organismo de crédito y las naciones soberanas, y que condicionarán especialmente al país en el terreno fiscal. Los problemas estructurales de la economía argentina, con una estructura productiva, territorial y laboral desequilibrada seguirán allí. Aun peor: los vencimientos de deuda con acreedores privados -que comenzarán a vencer en relativamente pocos años- hoy aparecen imposibles de refinanciar, con tasas de interés reales que, para la Argentina, rondan el 30% aun después del acuerdo que alivió en 37 mil millones la carga de endeudamiento y obtuvo una aceptación superior al 98% de los acreedores.
El laberinto requiere, para esbozar una salida, de cambios estructurales en la economía argentina, que deberá reformularse sobre la base de desarrollar su potencial exportador. Esta reformulación requerirá, forzosamente, reformas que van a modificar el mapa de ganadores y perdedores de una forma agnóstica en relación al énfasis fiscalista del Fondo Monetario Internacional. Las posibilidades de hacer algo así en un marco de acuerdo nacional son pocas. Las recientes advertencias de la presidenta del PRO, Patricia Bullrich -“no vamos a acompañar cualquier acuerdo”- y del diputado radical Martín Tetaz -“no puede aumentar ningún impuesto”- dan cuenta de una oposición que desconoce sus responsabilidades incluso en el último ciclo de endeudamiento que pasó la situación argentina de una de importantes problemas estructurales a una de crisis de difícil salida.
Entre los escasos activos con que cuenta la Argentina ante esta coyuntura crítica, su estabilidad democrática en un continente cada vez más complejo es uno que se ha mencionado en esta entrega de forma recurrente. La invitación de Joe Biden a la Argentina a la cumbre internacional de democracias que reunirá a más de 100 países es la última manifestación, envenenada, de aquella realidad. Si, como dijo recientemente Mauricio Macri, Argentina fuera percibida como una forma más violenta del populismo, el convite no hubiera existido. La cumbre, sin embargo, apunta expresamente a China -rival sistémico de los Estados Unidos y socio comercial preferencial de la Argentina y de decenas de otros países participantes de la cumbre- lo que se manifiesta incluso de forma expresa en la participación del gobierno de la isla de Taiwán al cual ni siquiera los Estados Unidos reconocen como un estado soberano. Según pudo saber #OffTheRecord, Alberto Fernández participará del encuentro. El presidente argentino grabó su mensaje de tres minutos en el que destacó el potencial de la democracia como fuente de paz entre los estados, pero también cuestionó fuertemente el rol de la OEA y de su secretario general, Luis Almagro. Además, en el discurso hizo hincapié en la resiliencia de la institucionalidad boliviana y cuestionó la idea de que la democracia puede exportarse o imponerse mediante sanciones. Las complejidades y contradicciones para sostener posiciones soberanas y alejadas de la bipolaridad cada vez más rígida del sistema internacional son evidentes.
Mientras tanto, la política argentina se debate en aspectos más rupestres. La propuesta de resolver a través de una norma aclaratoria la reelección de los intendentes tuvo un primer capítulo virtuoso para los jefes comunales: el viernes, por una presentación de una concejala del Frente de Todos, un juez de San Martín dictó una medida cautelar que le permite a la edil volver a presentarse en 2023. La posibilidad que se sancione una nueva ley antes de fin de año recoge diversas opiniones; el camino de ese proyecto, no: todos los consultados por #OffTheRecord creen que el fin de las reelecciones indefinidas no tiene vuelta atrás y que el mejor escenario para los intendentes es que la interpretación de la norma sea a partir del mandato siguiente a la sanción de la ley propuesta por María Eugenia Vidal y Sergio Massa. Esto implicaría que a los que se les termina su vida en el ejecutivo municipal en 2023, tendrían la posibilidad de intentar reelegir un mandato más. El último. Uno de los intendentes que está explorando su alejamiento del municipio para poder competir en dos años si es que la iniciativa no prospera es Gustavo Menéndez, que buscaría un lugar en el ejecutivo provincial al igual que su par de Escobar, Ariel Sujarchuk, en el nacional, a quien siempre se le reconoció su habilidad de gestor eficiente, pero se desconocía su expertise en vías navegables.
La oposición, por su parte, atraviesa un momento complejo por los socios minoritarios del frente Juntos: la UCR y la CC. Si bien fue -o tal vez por eso- al menos menos protagonista compartido de la elección, el partido que comanda formalmente Alfredo Cornejo está en un proceso de reconfiguración interna motorizado por el esquema de Martín Lousteau y Emiliano Yacobitti. Estos escarceos públicos ayer tuvieron un episodio privado. En un encuentro al que convocó Cornejo para limar asperezas, la discusión entre Gerardo Morales y Lousteau se elevó a tal punto que el jujeño rompió un vaso de vidrio que impactó cerca de un boina blanca anticoagulado. Un peligro. Un episodio anterior ocurrió en la elección de la Juventud Radical donde la candidata del gobernador de Jujuy y Gustavo Valdés, según le dijeron desde ese espacio a #OffTheRecord, se impuso frente a la oficialista de Evolución. El entorno de Lousteau lo niega y asegura que no había quórum. “Los nuestros pecaron un poco de verdes, pero están las actas; creo que se va a convocar a una nueva elección o se va a judicializar, pero eso habría que evitarlo porque si no va a terminar igual la de los mayores”, analizó un dirigente ante este medio. “Los mayores” es la elección del comité nacional que, con tino, los correligionarios movieron del 20 al 17 de diciembre.
Iván Schargrodsky | Cenital