Vender órganos, eliminar planes sociales, achicar el Estado. Más allá de las consignas polémicas, todas las propuestas económicas de los libertarios ya fueron implementadas en la Argentina. Se trata de un recetario económico muy conocido pero enmarcado en un discurso político totalmente distinto. Y sin embargo, en un mundo donde el neoliberalismo se volvió hegemónico y las promesas se derrumban, los apóstoles del libre mercado recuperan una vieja tradición de pensamiento para convocar a la rebeldía, militar activamente y hacer comunidad.
Debería permitirse la compra y venta de órganos en el mercado.
Si yo tuviera un hijo no lo vendería pero quizás de acá a 200 años se podría debatir.
Las vacunas causan autismo.
Los mexicanos son violadores, traen drogas, y algunos son buenas personas.
Si veo a dos hombres besándose en la calle los voy a golpear.
La tierra es plana.
Estas frases nos sorprenden, algunasnos atormentan, otras hasta causan gracia. Las escuchamos a todas en los últimos años. Dos fueron pronunciadas por personas que luego serían presidentes de los países más poblados de nuestro continente; otras salieron de la boca de un actual diputado nacional argentino.
¿Por qué las ideas de las extremas derechas logran instalarse con fuerza en los imaginarios sociales y en el debate político argentino?
En tiempos donde todo se acelera aquí y allá, frente a angustias y disconformidades varias, nada es más productivo que una explicación sencilla, simple, comprensible. La “propuesta 24” de Los Simpsons, aquella conversación inolvidablemente trágica entre Homero y Apu, anticipó un fenómeno político que tendría lugar veinte años después de la salida al aire del episodio: ante cualquier problema, echarle la culpa a la inmigración.
Ese tipo de comunicación política fue, por ejemplo, el eje de la campaña que concluyó con la salida del Reino Unido de la Unión Europea en el referéndum por el Brexit. También, la explicación de las nuevas derechas a los procesos de desindustrialización y outsourcing, a las desintegraciones sociales, culturales y familiares de todo tipo que experimentaron las pequeñas ciudades y los pueblos rurales del sur de Europa y los grandes cordones industriales del rustbelt en Estados Unidos.
En América Latina, las penurias de la población se explican a partir de una agenda moral: lo que nos está destruyendo es la imposición de consignas foráneas que invaden nuestras buenas costumbres y pervierten a nuestras sociedades. La ideología de género se vuelve un enemigo estratégico y el lenguaje inclusivo una imposición que amenaza -al igual que las restricciones en la pandemia o las vacunas- nuestra libertad.
Contra proclamas que se entienden como imposiciones principalmente estatales, en un contexto en el que el neoliberalismo se volvió estándar, implícito y hegemónico, las ideas libertarias se presentan como alternativas (alt-right) y contrahegemónicas. Y para eso explicitan sus debates, que se inscriben en una larga tradición de pensamiento económico.
Mercado Libre
Aún cuando el programa de las nuevas derechas suene conservador, siempre recupera la idea de la libertad. Prácticamente en todos lados se apropia positivamente del significante “liberal”. En Estados Unidos, donde la dicotomía política clásica se plantea entre liberales y conservadores -pero se entiende por lo primero a progresistas e intervencionistas- el significante se reformuló hacia libertarians y recuperó una tradición crítica del keynesianismo que desde los años sesenta encabezaron, entre otros, James Buchanan y Murray Rothbard.
En otras latitudes, donde liberal no significa progresista, el libertarianismo se configura como un tipo particular de liberalismo. En América Latina crece con fuerza un tipo de discurso económico particular que se ancla en estas nuevas derechas, se amiga con el moralismo e incluso tiene contactos tensos con el nacionalismo, la xenofobia y el racismo. Sus referentes teóricos y sus legitimaciones políticas vendrán de la obra de economistas que, hacia mediados del siglo XX, se enfrentaban a los Estados de Bienestar y a los consensos económicos de posguerra. Elementos teóricos de la tradición austríaca (Friedrich von Hayek, Ludwig von Mises) se conjugan con principios filosóficos del liberalismo radical (Ayn Rand, Henry Hazlitt) y con recomendaciones de política económica del monetarismo (Milton y Rose Friedman, Edmund Phelps). Defenderán la soberanía del individuo, las virtudes de la competencia y la superioridad absoluta del libre mercado.
El pensamiento económico de raíz austríaca, anclado en un liberalismo programático, tiene una larga tradición en la historia argentina. El Centro para la Difusión de la Economía Libre fue fundado por Alberto Benegas Lynch (padre) a finales de los años cincuenta. Sin embargo, la hegemonía del discurso neoliberal del último cuarto del siglo XX, anuló la posibilidad de que estas ideas se disfracen de críticas. Hubo que esperar al gobierno de Macri para que los economistas libertarios irrumpieran con fuerza en los medios de comunicación.
Frente a evidentes falencias y malos resultados –sobre todo económicos– del gobierno de Cambiemos, los libertarios consiguieron proveer explicaciones desde una oposición que lo cuestionaba por derecha. Se criticaba lo que no cambió, lo que no hizo. No lo que sí implementó. Javier Milei y Diego Giacomini llegaron a decir que el gobierno de Macri era de centroizquierda, mientras que José Luis Espert afirmaba que Juntos por el Cambio era kirchnerismo con buenos modales. Se enfatizaba más en las continuidades que en las diferencias. Siempre a partir de mensajes simples, que todos pudieran entender. Con explicaciones que dejaban a todos satisfechos.
El gobierno es el culpable
Donde algunos encuentran respuestas simples y externas a los padecimientos sociales y económicos en la inmigración y en las conspiraciones internacionales del lobby LGBT, aquí se suma otro culpable: el gobierno que implementa programas nocivos de política económica que inhiben el despliegue de las fuerzas del mercado.
Este pensamiento económico tiene una larga tradición en la historia argentina pero hubo que esperar al gobierno de Macri para que las ideas libertarias parecieran una alternativa.
El sistema político en su conjunto está pervertido y complotado para beneficiar a los políticos y a sus amigos en desmedro de la ciudadanía. La dicotomía es entre el gobierno y la gente. Y ese gobierno, más allá de la alternancia entre partidos, está en manos de “la casta”.
La inflación es consecuencia de que el gobierno financie gastos públicos innecesarios o clientelares con emisión monetaria. Las crisis externas se deben a que se subsidia de manera prebendaria a sectores económicos ineficientes. El desempleo se explica porque los planes sociales, las leyes de salario mínimo y el excesivo poder de los sindicatos, amparados políticamente por los gobiernos, impiden que el mercado ajuste correctamente.
En la Argentina de hoy se habla de economía en todos los hogares; los temas económicos ocupan las tapas de los diarios cotidianamente. Inestable, fluctuante y caótica, la economía es lo que más nos angustia, lo que nos enoja, lo que nos lastima. Escuchar que “la culpa de todo la tiene el gobierno” puede ser muy reconfortante. Es simple, es comprensible, es externo a uno y construye comunidad. Si encima es el gobierno que genera inflación emitiendo pesos para gastarlos en el Ministerio de la mujer, en las minorías sexuales o en garantizar abortos en hospitales públicos, el combo está completo. Hay comunismo por todas partes y es nuestra responsabilidad enfrentarlo.
Inclinar la cancha
En las elecciones presidenciales de 2019, su primera aventura electoral, Espert tuvo un magrísimo resultado. Pero en las legislativas de 2021, tanto él como Milei encabezaron listas para diputados nacionales –en la Provincia de Buenos Aires y la Ciudad de Buenos Aires, respectivamente- en las que no sólo entraron ellos sino también Carolina Píparo y Victoria Villarruel. Milei obtuvo un sorprendente 17 por ciento de los votos y ya ha lanzado su candidatura presidencial para 2023.
Todavía en los márgenes del sistema político, su presencia no parece modificar el escenario polarizado entre el pankirchnerismo y el panmacrismo. Pero una de las consecuencias de la irrupción de las extremas derechas electoralmente competitivas, tanto en Argentina como en otros países, ha sido correrle el eje a las derechas de siempre. En términos futbolísticos, inclinar la cancha.
El macrismo se ha visto fuertemente tensionado. El propio Macri radicalizó su discurso por derecha entre las PASO y las elecciones generales de 2019, subiendo ocho puntos entre ambas, a pesar de la derrota en primera vuelta. En relación a las medidas de aislamiento y distanciamiento social durante la pandemia, tuvieron más coincidencias que disidencias. Incluso surgieron o resurgieron tendencias internas de Juntos por el Cambio con líneas argumentales muy similares.
Sin embargo, y más allá de algunos exabruptos o exageraciones, como la pretensión de Javier Milei de prender fuego el Banco Central, la agenda económica concreta que proponen no se diferencia mucho del recetario del Consenso de Washington en la década del noventa ni tampoco de los lineamientos generales de las derechas de siempre –por caso, Juntos por el Cambio–. Si uno lee el programa económico que presentó Espert para las elecciones presidenciales de 2019, que luego él y Millei repitieron en la campaña legislativa de 2021, no encuentra nada demasiado novedoso: bajar aranceles a la exportación e importación, eliminar subsidios, bajar el gasto público, bajar los impuestos, flexibilizar el mercado de trabajo y reducir el poder de los sindicatos.
El neoliberalismo de los noventa llamaba a la desmovilización política, a no hablar de política. La nueva derecha convoca abiertamente a la militancia, a ponerse la camiseta, a ondear la bandera de Gadsden.
Cuando decimos que la agenda económica concreta no se diferencia mucho de las derechas de siempre no hablamos sólo de que en el hipotético caso de que próximamente ganen las elecciones tengan que adaptar su programa a restricciones de la realpolitik, negociar con distintos actores o incluso pensar un camino que asegure la gobernabilidad en términos de consensos sociales. Sino de que, efectivamente, el programa económico, en materia de contenidos, no tiene nada de novedoso. Prácticamente todo lo que proponen ya se implementó en la Argentina.
Con la camiseta puesta
La novedad de las derechas del siglo XXI reside en el tipo de discurso político sobre el que se cimienta su programa económico. La agenda neoliberal de los noventa se presentaba como implícita, inevitable, desideologizada, con sus premisas disfrazadas de verdades autoevidentes (el discurso de Juntos por el Cambio comparte parcialmente esta lógica). No era necesario citar economistas ni manifestar un anclaje en determinada escuela de pensamiento. La nueva derecha económica, en cambio, es explícitamente ideológica. A veces, incluso, se define a sí misma como derecha.
El programa económico neoliberal tradicional se presentaba como un camino irremediable y no necesariamente conflictivo, donde a la larga ganamos todos. El de la nueva derecha invita expresamente a un conflicto político contra la casta, sus laderos y sus secuaces. El neoliberalismo de los noventa llamaba a la desmovilización política, a no hablar de política. La nueva derecha convoca abiertamente a la militancia, a ponerse la camiseta, a ondear la bandera de Gadsden.
Se trata de un recetario económico muy similar pero enmarcado en un discurso político totalmente distinto. Si la canalización de frustraciones siempre fue un medio a partir del cual las derechas han conseguido adeptos, no es lo mismo hacerlo desde la invitación a la pasividad ante lo inevitable que desde la convocatoria a la militancia activa.
Jóvenes contra la igualdad ¿distorsiva?
En otras latitudes, los discursos de la extrema derecha han sido fructíferos a la hora de convocar a personas con más edad. El Brexit, por ejemplo, ganó abrumadoramente entre mayores de 60 años y perdió por goleada entre menores de 30. Pero en la Argentina estas propuestas parecen encontrar más adherentes –o por lo menos una adhesión más intensa, que incluye la incorporación a la militancia política– entre los varones jóvenes.
La adhesión de muchos de ellos a las filas libertarias se explica, entre otras cosas, como reacción ante el avance del feminismo en las últimas décadas. Nadie sufre más la crisis de la masculinidad resultante que los varones jóvenes. Reaccionan ante el derrumbe de un mundo con privilegios de orden natural o tradicional, resultante de la fuerte movilización feminista de muchas mujeres, principalmente de su edad.
Los significantes de la extrema derecha se vuelven sumamente atractivos para canalizar las frustraciones por la pérdida de los privilegios patriarcales. Ante las promesas incumplidas, se buscan tanto explicaciones como espacios de apoyo. Y el universo libertario lo ofrece con el disfraz de la rebelión, de enfrentar al sistema: de combatir a la casta con un discurso que, a priori, no se define a sí mismo como conservador o tradicionalista, sino todo lo contrario.
Pero los libertarios no se oponen a las mujeres. No piensan que sean inferiores ni que merezcan estar a merced de los varones. Por lo menos no explícitamente. El feminismo es un movimiento nocivo porque viene a imponer cambios que deben ser rechazados y combatidos en tanto proponen una “heterogeneidad inclusiva” que se despega del orden meritocrático que propone el mercado.
Característica central de muchos movimientos y gobiernos -no sólo en la Argentina- en el siglo XXI, las consignas aglutinantes de esta heterogeneidad hacen visibles y luego problematizan las jerarquías existentes en pos de abrazar una verdadera diversidad. Todos diferentes, pero todos adentro. El feminismo es uno de sus principales motores pero no es el único: las proclamas por la igualdad racial –potenciada con el movimiento Black Lives Matter–, los derechos de los migrantes, de los pueblos originarios, incluso las oportunidades para personas con alguna discapacidad.
El propio discurso social neoliberal abrió la puerta al respeto por la heterogeneidad al deshacerse relativamente de imperativos morales y designar al mercado, con su supuesta lógica meritocrática, como único juez válido en la puja por la distribución de recursos. La heterogeneidad inclusiva advierte que la meritocracia convalida desigualdades estructurales, históricas, a veces invisibles. La inclusión entendida como consigna de lo real, no solo de lo formal, se propone, y a veces logra, desarmar privilegios. Los hace evidentes.
Para el pensamiento libertario, feminismo viene a imponer cambios que deben ser combatidos en tanto discuten el orden que propone el mercado.
Si el mercado nos ofrece un orden no sólo natural sino también eficiente, cualquier intento artificioso por salir de ese rumbo es considerado una afrenta. El feminismo atenta contra la libertad y es, en visiones más extremas, un componente de las doctrinas comunistas que hay que enfrentar. Si la agenda de la inclusión se enfrenta al mercado, las nuevas derechas salen a defenderlo y, para hacerlo, terminan llevándose puesta incluso a la propia heterogeneidad que el neoliberalismo clásico promovía.
Sólo así se comprende, por ejemplo, que los libertarios se manifiesten tan locuazmente en contra del lenguaje inclusivo. Un principio liberal debería estar de acuerdo con que cada uno hable como se le antoje. Del mismo modo, suena contradictorio que autoproclamados liberales estén en contra del matrimonio igualitario o de la identidad de género. ¿Por qué alguien que defiende el respeto por el proyecto de vida del prójimo estaría en contra de que ese prójimo se case con quien quiera o se identifique con el género que quiera?
La pirueta conceptual consiste en hacer pasar esas proclamas por imposiciones, principalmente estatales. Así, lo efectivamente liberal se diluye detrás de los programas más generales de la extrema derecha y muchos varones jóvenes se sienten interpelados y convocados.
Para quienes estamos en la vereda opuesta se impone comprender que las herramientas para discutir políticamente necesariamente van a ser otras. Nos enfrentamos ahora a una derecha económica que no es más implícita ni apolítica. No reniega de sus deudas teóricas y se define a sí misma como anti-sistema. Un paso necesario consiste en recuperar la hegemonía de la rebeldía, principalmente entre los jóvenes. Sin explicaciones simplistas, sin buscar culpables antes que explicaciones causales, debemos construir respuestas satisfactorias, encontrar caminos para que las frustraciones de muchos no se canalicen a través de discursos reaccionarios, que incluyen odio, violencia y discriminación. La tarea es ardua, la economía juega un rol fundamental pero es, sobre todo, eminentemente política.
Revista Anfibia