UN JUEGO NUEVO

  • 4 Años ago

El duelo electoral ya concluyó y el resultado es extraordinario

Sólo a través de una lectura superficial se puede creer que quienes dicen públicamente que el 40% (ad referéndum del escrutinio definitivo) que obtuvo Mauricio Macri en las elecciones del pasado 27 de octubre es mucho están realmente convencidos de esa afirmación. Los primeros que saben que no es así son los mismos que lo aseguran de la boca para afuera. De otro modo, no estarían operando fisuras en la interna del Frente de Todos: ¿para qué, si con lo que obtuvo el Presidente alcanzaría? Sucede que, por el contrario, esos 4 de cada 10 argentinos son insuficientes si el peronismo no se quiebra, lo que cristaliza el 48% de Alberto Fernández.

El triunfo de Mauricio Macri en 2015 se nutrió tanto de la reunificación del universo no-peronista hasta entonces disgregado como de la fractura justicialista, que había empezado en 2013, expresado en las candidaturas de Daniel Scioli y de Sergio Massa.

Lo asombroso es que no se tome nota de que lo que sucede en Chile y en Ecuador, entre otros, supone un drama político que excede a la geometría partidaria. Alberto no va a pelearse con CFK, fundamentalmente, porque tiene clarísimo que en el respaldo de ella está representado el volumen mayoritario de sus votantes. No se trata de ella sino del mandato que fue en cada una de las más de 12 millones 400 mil papeletas azules que se depositaron en las urnas. Podría valerse, el presidente electo, en el improbable caso de que decidiera actuar el programa derrotado, de las bancas legislativas de Cambiemos. Su problema vendría cuando, en tal hipótesis, apareciera la reacción de las calles. Ahí el neoliberalismo descarta al personal que ejecutaba sus demandas con cualquier excusa. Total, plata es lo que les sobra para, en el peor de los casos, aguantar el llano. Dicho sencillo: no sería negocio una ruptura.

Más aún: el propio Macri parece no haber entendido nunca su éxito. Esto es, que a haber aunado el voto no-peronista en una sola oferta, se le agregó el descontento con el segundo gobierno de Cristina por el rendimiento económico inferior a lo que se esperaba en 2011. Es decir, había un reclamo por mayor bienestar, y no por el ajustazo que terminó ocurriendo. Por eso sólo pudieron hablarles a los propios en la reciente campaña, y siguen en la misma.

La senadora, en el video en que propuso al Fernández varón, enfatizó en la importancia de que “aquello por lo que se convoca a la sociedad pueda ser cumplido”, lo que indujo su corrimiento a los fines de arrimar al armado acuerdos de gobernabilidad que ella ya no podía construir. En su libro Sinceramente, ella reconoce que genera rechazos irreductibles. Sin motivos razonables, porque muchos de quienes le manifestaban ese enojo no podían argumentar su preferencia por Macri ganando menos dinero. Saltó por encima de esa encerrona comprendiendo que hay cosas más importantes en política que tener razón.

Cuando se escuchan quejas por la insistencia de Alberto y de Axel Kicillof en señalar el desastre que reciben aún a pesar de haber terminado ya la campaña, de lo que se trata es del temor de los intereses que en breve serán impugnados desde el nuevo oficialismo. Si no hubiese nada que corregir, podrían estar tranquilos: habría continuidad. No será así. Discutir la herencia es vital en la imprescindible renegociación que habrá que encarar con el FMI.

La pretensión de ver una proeza en el desempeño de Macri cuando en realidad se trata de la marca histórica del no-peronismo, pero peor (porque esta vez estuvo la billetera del FMI apoyando y, pese a ello, el ex alcalde porteño se convirtió en el primer presidente argentino y sudamericano que no consigue reelegir), es el primer intento de condicionar a Alberto. Si fuese cierto que al cambiemismo “no le fue tan mal”, no habría necesidad de modificar nada de raíz. De igual forma, si a Todos “no le fue tan bien”, necesitaría ayuda… que nunca es gratis.

El duelo electoral ya concluyó y el resultado es extraordinario, teniendo en cuenta que esto arrancó, a la salida de 2017, con Marcos Peña proyectando reelegir nacionalmente en primera vuelta, lo mismo en las dos Buenos Aires y sumar a ello otras 14 provincias. En lo que viene, el resultado no es menor, pero tampoco un escollo insalvable. La próxima vicepresidenta hizo, como jefa de Estado, mucho más cuando tuvo 46% de los votos que tras obtener 54%.

Hace siete días sólo se repartieron las fichas de un juego nuevo que ya está en marcha. Es la política, tarambanas. Pronto captarán el significado del fracaso tras haber tenido todo a favor.

(De Diagonales)

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